Maldito arrogante ególatra. ¿Con quién se creyó que hablaba? ¡Y tú la tonta le haces caso! –hablaba y gesticulaba con tanta pasión como pulcritud limpiadora.
El piso de esa habitación brillaba. Miró los cuadros, las persianas, la lámpara colgando mustia y la infinidad de libros que tenía esa pared. Los miro con lasciva sed de venganza. Se dirigió a la estantería como si fuese la señora del patíbulo.
¿Un cuento para él? ¡Ja! ¿Después que dijo que prefería disolverse en ácido que salir contigo? Y tú: “Sí, claro, lo intentaré”. Un personaje en el que se adivinen sus gestos. ¡Mish!
Miró su edición de lujo de Rayuela (para algo que sirva partirse el lomo en oscuras oficinas gubernamentales), limpió el libro por todos lados, rápido, lento, rápido otra vez y lo puso justo donde estaba. Ahora fue el turno de “La Ciudad Ausente” (¡Qué lástima que mi hermano hubiese dibujado en la página 50).
¡Ja! ¡Hijo de puta! Después que me hizo llorar ahora quiere estar en un cuento. Suficiente tengo con tener un gato con su nombre para más encima ahora tenerlo de personaje. “Ponle mis palabras”. ¡Las pinzas! ¡Que se joda!
Loca de patio, eso es lo que eres, una loca de patio. Mira que después de tres meses de silencio, ¿te ponga música y tú bailes?. ¡No! Eso es completa ausencia de autoestima. ¿Y de eso harás un personaje? ¡Jamás!
Está sonando mi teléfono (¡Oh! Esa lámpara tiene telarañas. ¿no les molestará la luz a las arañas?). ¿Dónde carajo está mi teléfono?.
¿Aló? Hola, por supuesto, en eso estoy, antes del fin de semana estará publicado en mi página.
Colgó.
¡Maldición!