Vuelve a caer la noche , y bajo el manto que se cierne sobre las sombras que van expandiendose en la ciudad, escondo mi rostro. En el momento que la oscuridad termina de invadir mis sentidos, todo mi ser se estremece bajo un simple escalofrío que me recorre el espinazo. Y como cada noche, vuelvo a emprender mi camino. Y, como cada noche, recorro, paso a paso, este sendero empredado completamente desierto.
Bajo el reino del silencio, un ligero tambaleo me lleva de un lado a otro, me transporta a través de los siglos, a través del espacio y el tiempo. Accedo reiteradamente a universos paralelos, me encuentro en un minuto en mitad de un cuento de Andersen, para saltar en el instante siguiente a una historia de Burton, sin explicación ni preámbulos. Conjugo la muerte con los verbos de la vida. Las uñas de mi mano izquierda se arrastran por las mugrientas paredes dejando la huella de mi propia desidia. En mi mano derecha sostengo una botella que conserva el licor amargo que va siendo derramado insistentemente sobre mi sedienta garganta.
Solo una asesina, ¿y que más puede esperarse de un ente sin alma como yo? Contengo la furia que en mi interior se cierne buscando un corazón con el que alimentarme. Huyo de espejos y escaparates que puedan devolverme un aterrador reflejo, o una ausencia aún más inquientante. Acabo con mis víctimas sin que ni siquiera puedan esperarselo. Incluso antes de haberme movido del sitio, la dama de la guadaña me saluda desde el fondo del pasillo. Recorro sus vidas mientras mis dientes se clavan en su cuellos. Bebo sus recuerdos con cada gota de sangre que roza mi paladar y engullo con exquisito delirio. Otorgo a la dama de negro un nuevo compañero y me aterra pensar que ese viaje nunca estará destinado para mi propia alma. Pues mi alma desapareció con el don oscuro y ya no puedo hacer ningún otro trato con ella. Me camuflo en las sombras de los atardeceres sombríos, contemplo amaneceres escondida del sol tras opacos cristales, observando con rencor los pocos rallos que me permiten virlumbrar antes de comenzar a sentir el dolor.
Solo soy un rostro sin nombre. Un ángel con las alas caídas. Una mirada fría. El calor del infierno. Una flor nocturna. Un misterio por resolver. Una causa perdida dentro de la noche eterna.
No puedo dormir. El sueño sin sueños me invade. Pensamientos impropios se vuelcan sobre mí. Escucho el murmullo de la ciudad entre los segundos y minutos camuflados en cada crepúsculo que observo a solas. Es entonces cuando mi sonrisa se adormece.
Cuando lloro como un alma en pena por no haber podido descifrar la verdad.
Cuando caigo en el abismo de la ignorancia y mis pensamientos se vuelven sombríos.
Cuando el silencio rodea mi mundo, lágrimas coloreadas de carmín se derraman de las cuencas de mis ojos por ser la amante de la noche.
Hoy se que he muerto. Las palabras sin sentido agujerean mi mente. Anclada en su laberinto bajo las escaleras que dan al infierno y camino hacia el lago de las lágrimas de plata.
De mi solo queda el silencio. Ese sentimiento plasmado sobre la luz de la luna.
Pero...no hagáis mucho casos a estas palabras, pues pasaran entre vosotros inadvertidas como susurros en el viento.
La noche es mi hogar...La eternidad mi locura...La soledad mi castigo.
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