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TONO EL GIGANTE
Existió una vez un gigante que habitaba en un castillo enorme donde sólo había oscuridad y tristeza.

Tono, que así se llamaba, era muy feo y tenía todo el día muy mal humor debido a la fealdad de su cara, siendo por éso que no quería ningún trato con sus vecinos, a los que tenía muy asustados, no permitiéndoles la entrada al castillo, pues cada vez que alguna persona se acercaba, Tono rugía y salían a todo correr de allí. A pesar de su aspecto feroz, Tono tenía un alma buena. Toda su vida la pasó escondido para que nadie le viera el rostro y por ese motivo su carácter era muy serio y agresivo, o al menos así lo creían los demás.

Un día, un vecino de la localidad, recibió la visita de su sobrino Lerín, al que le gustaban mucho las aventuras. Su tío le había hablado del gigante y Lerín ni corto ni perezoso decidio ir a conocerle, pues pensaba que en aquel castillo bien podría haber escondido algún tesoro y sería por éso que el gigante quisiera guardarlo muy bien, no dejando que nadie se enterase de su secreto.

Lerín tenía mucha fantasía y aunque ésto le ocasionaba fuertes regañinas por parte de su madre, él no podía dejar de imaginarse cosas, por lo que creyendo que todo lo que imaginaba era cierto, decidió arriesgarse para de ese modo tratar de iniciar una nueva aventura.

Sin más, Lerín se encamino hacia el castillo y con mucho cuidado se acercó a la puerta del jardín, abriéndola lentamente.

Como era una puerta muy vieja chirrió en cuanto Lerín la empujó y con el ruido el gigante asomó su enorme cabeza por una vieja y destartalada ventana de la casa sorprendiendo a Lerín, que se asustó terriblemente al verle.

Disimulando cuanto pudo su temor por aquella horrible visión, Tono fué acercándose hacia él, aunque tentado estuvo de huir a toda velocidad de aquel lugar. Sin embargo, como era muy valiente y osado decidió quedarse, con el fiel propósito de indagar sobre si allí estaba escondido el tesoro que él había imaginado.

Mitigado en parte el miedo hacia el ser que veía asomar por aquella ventana, Lerín observó que el gigante tenía un ojo torcido, la nariz muy larga y que le faltaban varios dientes, seguramente de comer muchos dulces, pero, por lo demás, no parecía tan fiero como su tío le dijo y como a él le pareció en un principio.

Tono miró a Lerín como queriendo dar un aspecto muy feroz a su cara, y con una voz de trueno le preguntó:

¿Qué haces tú aquí? ¿Acaso no sabes lo malo que soy?

- No creo que seas tan malo como dices, y, además, yo he venido aquí para encontrar el tesoro que hay oculto en tu jardín. ¿Me permites que lo busque?. Si quieres puedes acompañarme.

La falta de miedo de Lerín dejó a Tono asombrado. ¡El muchacho no le temía! ¡Y tampoco parececía estar asombrado ante la deformidad de su rostro! El gigante poco a poco salio de detrás de la gran puerta, quedándose parado ante Lerín, que extendía su mano en señal de confianza hacia él.

Tratando de disimular su alegría, Tono le dijo a Lerín que le acompañaría para buscar juntos ese tesoro, aunque él dudaba mucho de que existiera, pues núnca tuvo la menor noticia al respecto. Y éso que hacía muchos años que vivía en el viejo castillo.

Juntos se pusieron manos a la obra, removiendo toda la tierra del jardín, pero nada encontraron. Lerín estaba desilusionado aunque a la vez muy contento porque Tono le permitió visitarle cuantas veces quisiera y hasta le ofreció ricos pasteles que Lerín aceptó, aunque sus padres le tenían prohibido aceptar nada de ningún extraño, pero, claro, Tono ya no era un extraño para él.

Desde entonces y despues de desistir de encontrar ningún tesoro oculto, que los dos dieron por hecho que no existía, sino tan solo en la imaginación de Lerín, éste decidió visitar al gigante casi a diario. Juntos paseaban, charlaban y Tono le contaba sucesos e historias ocurridas en el pueblo. Lerín ya no pensó más en encontrar ese tesoro que él había inventado, pues su amistad con el gigante fué lo más bonito que nunca le hubo pasado. Tenía el mejor amigo del mundo y ésto le llenaba de felicidad.

Los vecinos veían cómo a diario Lerín visitaba a Tono, y poco a poco aprendieron a no temerle, permitiendo incluso que sus hijos acompañados por Lerín, le visitaran. A partir de entonces ya no fué el monstruo que era, sino un amigo más de todas las gentes del lugar.

Como era tan grande, ayudaba a sus vecinos en las labores más duras y pesadas y ellos a su vez le ayudaron a reparar el castillo, dejándolo tan bonito que en poco tiempo fué el centro de reunión de todos los vecinos,

Gracias a Lerín, que les hizo saber que Tono sólo tenía fea la cara, pero que su corazón era tan bello como el de la mejor de las hadas y que nada debían temer de él. Todo el pueblo comprendió el mal que le hicieron, y a partir de entonces reinó la felicidad y la alegría.

Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Conchita Zabala

Texto agregado el 07-11-2008, y leído por 809 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
07-11-2008 Me gusto tu historia, muchas veces juzgamos sin conocer a las personas, o las rechazamos por tener algun defecto fisico y no deberia ser asi, todos merecemos una oportunidad de darnos a conocer... KARLAJ29
 
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