Lola, con la sensualidad de un tango a medialuz y la picardía de una falda corta.
Lola con perfume a sexo apasionado y aires de mujerzuela.
Lola con la impronta de ser “de la calle” y el desparpajo de sentirse puta.
Así te recuerdo Lola.
Fue una tarde de verano, de esas que pasan pegajosas e interminables. Yo recién me descubría y pasaba horas añorando otros calores y el perfume de una mujer. Yo no sabía nada de nada y termine en tu puerta.
Fue Carlos quien nos llevo a empujones, comprendiendo que íbamos a arder si no desahogábamos tanta lujuria. Fue Carlos él que nos dejo muertos de vergüenza en tu bourdell. Fue Carlos el causante de que perdiera el sueño, el apetito y el verano, porque ese año me enamoré de verdad, como solo puede hacerse a los 17, sin la cabeza y con el corazón abierto.
Me acuerdo que Pedro entró primero, nosotros desde afuera mirábamos el reloj y sacábamos conclusiones, todas desacertadas, febriles e incompletas. Cuando por fin apareció, con la cara roja y esa sonrisa que yo tampoco pude evitar, nos dijo: me cobró la mitad por esta vez, y nos miramos cómplices y satisfechos.
Manolo entró después, salió tan rápido que supusimos que no había pasado nada, pero pasó, y él también tuvo su descuento de inexperto y primerizo.
Cuando me tocó el turno estaba tan nervioso que me reía sin consuelo. Lola me acomodo entre sus tetas, enormes, voluptuosas, sensuales y me entrenó sutilmente en los encantos del desparpajo y la pasión. Para mi fueron eternos los minutos que compartí bajo su falda gravándome su anatomía.
Para cuando me desmayé extasiado y muerto de amor me había olvidado que ella era una puta y que debía vaciar mi bolsillo. Me miró con picardía, todavía lo hace cuando de vez en cuando me dejo llevar hasta su cintura, y me dijo: -a usted le cobro todo, porque quiero sacarlo bueno.
Y me cobró nomás, y me salió carísima porque el resto del verano y de los años que siguieron los pasé perdido por ella.
|