“Ni en sus Bunkers”

En la huida, amparados en la oscuridad de la noche, apenas han visto a las gigantes y grotescas siluetas de esos monstruosos seres que en un solo día invadieron devastando sanguinariamente la superficie.
Sólo alcanzaron a refugiarse en estas profundidades con sus dos pequeños hijos que, gracias a Dios, no pueden ni siquiera comprender el despiadado final que los acecha.

No hay escape posible, acaban de ser detectarlos.
Las paredes y techo de la bóveda se estremecen sucumbiendo bajo el peso de una superioridad tecnológica que está más allá de su comprensión, ingresando violenta a su interior la poderosa garra mecánica los extrae a los cuatro hasta la superficie revueltos en una nube de polvo.

El padre comienza a recobrar el sentido, y abriendo los ojos, totalmente aturdido, trata de aclarar su turbia visión.
Suspendidos sobre su cabeza tres despellejados cuerpos gotean espesa sangre mientras un blanco vaho se les desprende de sus aun tibias carnes expuestas al frío de la mañana. Y sin comprenderlo aún, percibe confuso un extraño reflejo metálico que se le acerca al rostro y baja casi con precisión quirúrgica de su cuello a la ingle desollándolo vivo.

Yaciendo suspendidos en viscosos fluidos, sus cuerpos eviscerados y cercenados en partes, son exhibidos dentro de traslucidos recipientes sellados.

Una ganancia extra al desmonte de monte para la siembra de soja : “Vizcacha al escabeche, diez pesos el frasco a la vera del camino”