El hombre solitario de la calesita coloca de nuevo la sortija en el palo, pués por estar de brazos caídos,
se le hubo soltado como consecuencia de no haber como correspondería reemplazado la cerradura a tiempo.
Pero ahora, con más razón por los aumentos en los precios, quedará como esperando que se suceda el próximo milagro de que alguien venga a escoger el servicio. La calesita permanece arrumbada, hace tiempo que dejó de funcionar.
Pero esperen, por fortuna aparece en la escena, una niña. Vecina, recién llegada, nueva en la zona; acompañada de su sirvienta, y de algunos juguetes que trajeron para luego divertirse en el pelotero de arena. De todas modos al momento solicitan se ponga la calesita en funcionamiento aunque sea para ella solamente.
Y escuchando ruidos de tornillos oxidados dentro de un tema de los Rollins Tone, por fin se pone,
en su amada calesita, a dar vueltas a la redonda dando giros; pero en esta oportunidad,
en una impresentable chatarra del tiempo del Ñaupa. Mientras su empleada, ojeando una revista, espera impaciente sentada en los bancos de afuera.
La niña, también reticente, escoge sentarse sobre una sirena excedida de peso, de color rosada como la casa de gobierno.
El hombre que atiende el negocio, jueguetea con la sortija, colocándola, a cada vuelta,
justo frente a la nariz de la nena para que facilmente la pueda quitar, pero ella siempre se niega, argumentando con generosos gestos como diciendo: que es de familia de clase alta, pudiente, y que no necesita de la colaboración de nadie.
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