El cumpleaños de mi madre
Esa tarde, mientras caminaba por la playa, pensaba la mejor manera de decirle a ella, mi madre, cuánto la amaba.
Mientras recorría la orilla, ensimismada pero en contacto con todo aquello que me rodeaba, iba apuntando los detalles.
¿Cómo olvidar que es una persona con quien tanto me identifico? ¿Cómo olvidar que en mis enojos, en mi seño fruncido, mi mirada punzante y mi caminar con despecho está cada uno de esos álgidos momentos con ella?
Tan parecida era en algunos aspectos. Qué importante es la figura de una madre, pensaba. No dejaba de pensar.
Era la ocasión de su cumpleaños, llegaba la vieja a la edad de cincuenta y entre todos quienes la queremos, habíamos organizado una fiesta. Entre los detalles que habíamos preparado para homenajearla, estaba el momento en que cada una de las personas especiales en su vida (yo soy una de ellas) le dedicaba unas palabras.
Cierto es que nunca fui ágil para expresarme frente al público, pero esa vez valía la pena intentarlo.
El tema era que no alcanzaban las palabras para manifestarle tanto amor y agradecimiento.
La madre, pensé, no es ni más ni menos que quien nos da la vida, quien nos sufre al parir. Me acordé de cada relato en que mi madre se deshacía en lágrimas describiendo el dolor –pero con cuánto amor lo había hecho- que había soportado desde días antes del complicado parto que me trajo a este mundo. Casi de inmediato, también recordé las listas de sueños que hice imposibles a mi madre con mi llegada. Desde chica sabía todos y cada uno de los proyectos a los que mi madre debió renunciar para dedicarse al sacrificado oficio de cuidar de mí y educarme como se debe. Casi podría recitarla.
Un hilo conductor debía haber en todas esas ideas que llegaban presurosas a mi recuerdo mientras chapoteaba. Recordé las veces que mi madre, orgullosa, me pedía en frente de tantas y tantas personas –familiares y amigos, por supuesto- que recite el poema que tan bien pronunciaba. No era que mi madre no supiese que ya desde entonces hablar en público me era dificultoso, pero cierto es también que una madre orgullosa, es una madre orgullosa. ¿Y qué más hermoso que eso? Me preguntaba mientras serpenteaba entre la espuma.
Lo que me costaba entender era cómo con tantas cualidades de mi madre, sacrificada, orgullosa de mi, demostrativa, no me salía ni una palabra para el discurso de agasajo...
Mis amigas siempre dijeron que mi madre, era la que todas deseaban tener. Y claro, con ella se podía hablar de todo. No importaba cuán íntimos eran los sentimientos. Todo, todo, se podía compartir con ella. Una buena madre. Tras los bailes, o reuniones con amigas, dedicaba horas para preguntarme los detalles, y hasta llegaba a hablar de aquello con mis amigas, que gustosas compartían los secretos adolescentes.
¡Qué buena había sido siempre mi madre! Lentamente fui alejándome de la orilla. Camino a casa, intenté de redactar mentalmente la dedicatoria. Sin más, le agradecería por todo lo que había hecho por mí. Qué mejor forma de homenajearla. Quería que ella sepa que cada uno de sus esfuerzos, yo los valoraba. Que cada aspecto en que me sentía identificada con ella, con mi madre, me enorgullecía de la misma manera en que ella me había demostrado orgullo durante toda mi vida.
Cuando llegué a casa, escribí algunas líneas. No hizo falta memorizarlas. Era breve pero significativa cada palabra que destinaría para halagar a mi madre.
Cuando llegó el día del evento, vi a mi madre entrar al salón con alegría. Parecía una quinceañera. No dejaba de enseñarnos su sonrisa.
La verdad es que pasamos muy lindo aquella noche.
Y por fin llegó el momento tan especial. Uno a uno fueron hablando sus cuatro hermanos. Muy emocionante el momento en que mi abuela, a escasos siete meses de la muerte de mi abuelo, viejita como está, se acercó a recitarle un poema que con sus ochenta y tantos había escrito especialmente para su hija.
Amigos. Para el final, mi padre y yo.
Nadie entendió ese día por qué cuando me acerqué al micrófono, lo único que pude hacer fue explotar en llanto. Y claro, el amor hacia una madre despierta enormes emociones, fue el comentario de la fiesta.
Y todos comprendieron, y hasta festejaron – incluso mi madre – que ese día yo, no haya podido expresarme en público.
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