EL PEQUEÑO GORRIÓN.
El sol apenas despuntaba entre los edificios de la ciudad, pero se respiraba ese fresco aroma del pasto mojado por el rocío de la noche.
José preparó el mate justo cuando la radio le devolvió una vieja melodía que lo transportó a su juventud.
Recordó sus días de exilio en la vieja europa, cuando los diarios que hablaban de ella, de su amor por la niña nacida en los arrabales parisinos entre acróbatas y cantantes ambulantes.
Nunca entendió que le había cautivado tanto, de ese cuerpo delgado y demacrado por una vida desenfrenada en búsqueda de héroes y fantasías.
Cerró los ojos, y se dejó volar llevado por sus sentimientos que yacían adormilados en su interior, y revoloteo por las cortadas calles y jardines de París junto a Ives, Marcel, George, Eddi, y miles de almas desconocidas que como él, le hablaban de amor.
Penso que también los ángeles estarían enamorados de ella, y que ello justificaba que Santa Teresita de Lisieux le devolviera la vista, para observar extasiada los cerezos florecidos de los campos eliseos.
Como había disfrutado esos años lejos de su ciudad natal, acompañado de su pasión por la vida, y pensaba cuantas voces cantaban en su voz, cuantas caricias guardaban sus acordes, cuantos besos sus melodías.
Un suave y constante sonido lo trajo en sí, era un pequeño pájaro que picoteaba contra el vidrio del ventanal. Se observaron, dejaron escapar de sus bocas un silencioso mensaje y volaron, cuando en la radio
Se escuchaba “non, je ne regrette rien ...”
La radio estaba prendida y el mate sobre la mesada, su esposa lo busco toda la mañana, ... desde hace días José no está en su casa.
A Edhit Piaf
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