Eran las dos de la madrugada en el reloj de la mesita de luz de tu habitación.
Nos preparábamos para continuar con el festejo, pero vos no. Estabas demasiado cansada de trabajar y no aguantaste. Te fuiste a dormir una hora antes, no sin saludar a cada uno de los invitados. Y en especial a él. Casi sentí envidia de verte como lo abrazabas y se miraban cómplices y reían.
Eran demasiado los amigos y mucho el vino. Nadie estaba en condición de controlar a nadie y me adentré en tu habitación mientras dormías, minuciosamente para no despertarte. Tu cuerpo extendido en ese universo de dos plazas y media me inducían a zambullirme entre tus sábanas. Pero no. Fui cobarde...O distinto. Y me quedé a tu lado sin tocarte sentado en la banqueta verde que custodiaba tu cama.
Tu inconciente, cómplice de mis deseos, te invitó a voltearte abriendo a mis grandes ojos las puertas del mismo Paraíso.
Me quedé en silencio, inmóvil, sin respirar unos segundos. Creyendo que me presentías fui arrojando lentamente ese suspiro que me atravesaba de lado a lado la garganta. Recorrí con mi mirada cada milímetro de tu piel y me atreví a acercarme, me atreví a descubrir el aroma de tu cuerpo y la frescura de tus cabellos. Me quedé enredado en tu cintura después de recorrer la cordillera de tus pechos, o mejor dicho la paz de tus llanuras que para mí son suficientes para elevarme al firmamento. Después me perdí en tu boca, en tus ojos, en la sonrisa que no tiene fundamentos, esas que nacen en los sueños.
-Juan!!! ¿Qué haces ahí sentado?
-Nada....Digo casi temblando.
-Dale, ya nos vamos a bailar.
Me levanto y me voy de tu cuarto.
Hoy es el cumpleaños de tu hermano, el que celo porque lo adoras tanto. Mi mejor amigo...que si bien sabe lo que siento por vos jamás sabrá que ese día te hice el amor como nunca nadie va a hacértelo en la vida.
Dime pues, mujer, si acaso al despertarte esa mañana no te sentiste el ser mas amado de todo el universo.

Carolina Maricel Bravo