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Capitulo cero (o uno):
Inicio o desenlace final de tan decadente historia

Inmerso en una profunda resaca, abro lentamente los ojos. Las almohadas contienen sedimentos de saliva y vomito: reflejan los estragos de desfase de la noche anterior, una noche muy confusa e irracional. Me observo el pelo y también está todo vomitado y desagradable. Un olor pestilente invade toda mi
habitación. Imágenes destellantes de monstruos de la noche anterior y demás cosas sin sentido revolotean en mi cabeza.
El cenicero está caído en el suelo y roto. La cama está llena de cenizas y colillas de cigarrillo de varias marcas: Phillip Morris, Marlboro, Nevada... una marca de cigarrillos mentolados también.

Transcurrido mi primer minuto en condición de despierto, empiezo a revolver entre los alrededores hasta encontrar el control remoto. Enciendo la televisión, me pongo a hacer un poco de zapping. Con mi otra mano ociosa pego un tirón en seco y sujeto una botella de cerveza de la noche anterior. Todavía queda algo de contenido en su interior, así que me lo me lo tomo de un sorbo.
Casi sin ganas, pero conciente de que tengo que hacerlo (pues empieza el día
y con ello sus correspondientes actividades, ya sean de carácter laborales u personales), voy sacando lentamente las piernas de la cama, moviéndome con la misma lentitud hasta quedar sentado en ella.
Hace calor, un calor enfermo. Enciendo un ventiladorcito que tengo a mi lado,
enciendo un cigarrillo y me paro dirigiéndome a la cocina para prepararme un café bien cargado: tengo el estomago desgarrado y me hace mucha falta una fuerte dosis de cafeína, dos o tres aspirinas, un Red Bull y un vaso grande de
coca cola con mucho hielo.

Por la ventana se oye funcionando a todo vapor la máquina de escribir de mi vecino Willy. ¡A la mierda que mete ruido el aparato ese!.
William Johansen es su nombre. Willy vendría a ser algo así como un escritor frustrado: homosexual confeso. Lo que se dice trabajar, no trabaja; más
bien diría que inventa la plata que gana, vaya a saber como: con algún currito, yo que sé… con algo supongo que se buscará la vida ¿no?
Licenciado en letras. Repudiado un poco por sus progenitores a causa de su
condición homosexual. Un sujeto de muy finos modales y un exquisito buen gusto. Los fines de semana por la noche aquello ya era un escándalo: salía
para la calle y, cuando ya avanzada estaba la noche, se aparecía con algún “chongo” que se había levantado por ahí, por la calle.
–¡Willy, no seas tan puto! –le decía mi madre– dejá de juntar tanto macho por la calle... un día de estos te van a dar una paliza.

El café ya está listo, la cafetera humeante me invita a servirme una taza y saborear tan exquisito brebaje. Me lleno una taza grande y me siento en la
mesada de mármol de la cocina a tomarlo. Me hubiera sentado a tomarlo en
una silla, pero no hay sillas. La cocina es grande de tipo americana, llena de puertas, puertecillas, mucho espacio y con ventanas grandes. Parece mentira
que allí sólo haya un par de taburetes que además nadie los utiliza porque son
de lo más incómodos.

Las agujas del reloj giran, a veces a la inversa, a veces en su sentido correcto.
Las agujas se sublevan, se suman a la somnolienta resaca en la que me
encuentro. Marcan la hora… tic, tac... tic,tac... tic,tac...
Pasan minutos, pasan horas. ¿Qué más pasa, qué más sucede?. El reloj no
dice nada, sólo da la hora. ¿Que piensa el reloj? ¿Acaso no se da cuenta
que nada es eterno? ¿Acaso no se da por enterado que a medida que mueve sus agujas él también va envejeciendo?
Tic, tac... tic, tac... la agujas caprichosas avanzan frenéticamente marcando
las cuatro, las diez, las siete... marcando la hora

Capitulo uno (o cero):
Introducción sistemática a las decadentes montañas de la locura

Es de madrugada, es febrero. No sé muy bien por qué, no me
queda del todo claro, pero me levanto de la cama. Hace bastante calor y de pronto a estas altas horas de la madrugada y desvelado, me ha dado sed...
sed de sangre, sed de chela. Sé muy bien que la fantasía de beber sangre no podré satisfacerla salvo que fuera vampiro o bien un imitador, claro que para esto debo cometer delitos y crímenes, que en algunos casos podría ser hasta contraproducente pues las fuerzas del orden público podrían arrestarme y procesarme con prisión por tal y cual.
Así que en esta ocasión la opción más viable, conveniente y sencilla, es la de tomar chela...
Se me hace agua a la boca, ¡una Pilsen de litro fresquita!, para sacar la sed.
El calor y la resequedad de mi garganta son implacables.

Por motivos que son ya bien sabidos, el hecho de salir en la noche a la búsqueda de algún Select abierto, puede y es, tarea más que engorrosa y peligrosa por decir, ya que uno nunca sabe cuando el crimen está al lado de
tus puertas.
Fue una idea genial la que se me vino a la mente, tal cual científico cuando descubre alguna cosa, así que agarro el directorio telefónico, una de esas revistitas de barrio que te dejan debajo de las puertas y empiezo a buscar teléfonos de pizzerías de la zona. Estoy un rato buscando, pero por suerte logro
anotar unos cuantos números.
Una idea brillante, utilizaría como vehículo de mis caprichos a un chivo expiatorio. ¡Ja!, si las cosas se ponían feas allá afuera, en medio de la noche, en medio de la nada, el marrón se lo comería el repartidor.

Tomo apresuradamente el teléfono y comienzo a discar los diferentes números de forma sistemática, es decir en el mismo orden en que los he escrito.
Para mi desgracia, de todos los locales que llamo, la mitad están cerrados, de los otros que no están cerrados gran parte me dicen que no hacen entregas a domicilio.
-¡Vaya hijos de puta inhumanos que son! -les digo a estos últimos.
-¿Perdón? –preguntan, así que les corto diciéndoles algún que otro insulto más.
De pronto, sin darme cuenta, se deposita frente a mis ojos uno de los imanes de la heladera, dice de forma casi destellante: ENVIOS SIN CARGO 24 HS.
¡Zas¡ ¿Será el buen dios que nos vigila el que puso ese iman frente a mis ojos?, no lo sé.

De esta manera me dispongo a comenzar el operativo de llamar por teléfono, claro que antes de hacerlo tomo unas pequeñas medidas de seguridad, es decir, la estrategia es bien simple: Para asegurarme que mi pedido no sea rechazado, pediré cuatro Pilsen litro y una pizza redonda familiar de esas que tienen de todo y salen un huevo de caras.
La movida representa una inversión bastante importante, pero se justifica,
ya que no se tira nada, pues, las cervezas sobrantes (en el hipotético caso de que llegaran a sobrar, claro) se guardarán en la heladera y con la “zapi”, me morfaré algún cacho y lo que sobre, no sé, o se la doy a “Chat”, El gato vagabundo de la cuadra, o bien lo dejo en la puerta para que la agarre algún pichi.
Llamo por teléfono y toman mi pedido, les digo que se apuren porque me hice una inseminación artificial y que estoy de antojo, noto cierta incredulidad en el sujeto del otro lado del teléfono.
Van transcurriendo esos minutos críticos de incertidumbre, y yo, sin saber que hacer. La cabeza me da vueltas.
–¿Vendrán? -pienso.
Sigo pensando en voz alta
–¡Te podes callar por favor! –me grita el vecino de abajo
Instantáneamente le respondo:
–¡Cerrá el orto vos chupa verga!

Siguen pasando los minutos, y yo ahí, mirando el portero eléctrico, victima de mis psicosis.
¿Y si agarraron al pibe por el camino y se lo violaron?
¿Y si no le pasó nada al repartidor pero es malandra? Entonces va a saber donde vivo, les va a decir a sus amigotes delincuentes que vengan a robarme... Más que pensamientos parecen condenas.
En este mismo momento en que mis pensamientos comienzan a corroerme suena el timbre, titubeo un momento pero decido ser valiente y atiendo el portero. Una voz de plancha me dice:
–¡Llegó la pizza, valor!
–Voy bajando –le respondo.
Salgo puerta afuera en busca de mi destino con la valentía de un honorable guerrero. Dentro del ascensor acomodo un cuchillo de cortar jamón que me he escondido en el pantalón.
Llego a la fachada principal y eventualmente al ver la pinta del sujeto que trae los víveres deduzco que es un plancha, pero no importa, abro la puerta lo mismo. Luego de ejecutar la transacción enfilo para mis aposentos, victorioso y contento con las provisiones dentro de una bolsa, con la felicidad característica del que culmina una misión de forma satisfactoria.

Un suceso misterioso se produce dentro del ascensor, en la intersección entre el 4º y 5º piso, el elevador se detiene, las luces bajan de tensión y comienza a escucharse un disco de los Buitres. Aquel sonido que se desprende desde las entrañas mismas del panel de botones del ascensor me intriga bastante y llego hasta pensar si se trataba de una alucinación o realmente los Buitres han encogido de tamaño y se hallan presos dentro del tablero de mandos del ascensor. Al llegar a mi piso, mientras me alejo del fantasmagórico ascensor, puedo oír con claridad la voz de Peluffo que me dice: “Sacadme de aquí, me vuelvo loco”
De todas maneras pienso que lo más prudente será no hacer caso pues si todos esos fenómenos sean realmente ciertos, cosa que descarto por completo, lo mejor será que se encargue algún especialista mas cualificado, como por ejemplo un médium, los de pare de sufrir, o algo así.

Finalmente llego a la puerta de mi apartamento, la vecinita de al lado está garchando y haciendo un quilombo bárbaro.
–¡Dale morocho dale, dame esooooo! –se oye de boca de la vecinita piropeando al intruso.
Estoy tentado de tocar el timbre para preguntarle si les hacia falta que les echen una mano, pero no lo hago ya que a medida que pasan los minutos, por una cuestión de física, la cerveza inexorablemente pierde temperatura, minuto a minuto.
Entro a mi casa, cierro con llave y la llave la guardo dentro de una caja fuerte cual combinación la tengo escrita en un papel escondido en la tapa del water. El water siempre estuvo limpio, salvo el día que vino el negro “Barboza” medio descompuesto y se echó un barro muy importante... pobrecito Piti, su corazón dejo de latir
Llevo los víveres a la cocina, a todo esto ya he perdido la noción del tiempo transcurrido en todo este rato desde que el delivery tocó timbre.

La cerveza está medio caliente a pesar de que les dije explícitamente que las quería heladas porque me operaron de la garganta y el doctor me recomendó tomar cerveza helada. Pero surge otra duda: ¿la birra ya me la habrán traído caliente o se calentó mientras desperdiciaba tiempo husmeando en la puerta
de la vecinita?.
Que mas da, la birra de todas formas está caliente, así que hay dos soluciones posibles… o las pongo a enfriar en el freezer o le pongo bastante hielo a un vaso y me la voy tomando igual. Me inclino por la solución más inmediata así que agarro una cubetera con hielo y vuelco su contenido en una olla de aluminio, agrego uno de los litros y 2 rodajas de limón.
Marcho con el brebaje y la pizza hacia el sillón y me tiro a mirar el canal
CNN News, ya que siempre me gustó saber como está el mercado bursátil
internacional, pero como esta noche la programación del canal está aburrida
pongo “El mundo de Beeckman” por el canal Nickelodeon.
Pizza, birra y tele, una combinación explosiva...
Pasa el Rato, ya estoy comido y tomado, observo la pizza sobrante pensando que hacer con ella, así que me paro nuevamente para llevarle un trozo a Chat, el gato vagabundo de la cuadra. Antes de salir miro por la ventana a ver si no hay vampiros en las calles.

Estando en el pasillo del edificio, no creo necesario utilizar el elevador, así que comienzo a bajar por las escaleras, en realidad no quiero tener que volver a pasar por aquello de los Buitres y Peluffo… menos mal que hay escaleras.
Descendiendo del décimo sexto piso, en la oscuridad, obviamente porque se ha terminado el automático de la luz del pasillo. Percibo una cosa muy chiquita brillando en una parte del suelo:
–¡Extraterrestres! –pienso yo.
Pero no, no son alienígenas. Mientras más me acerco al objeto desconocido, más adrenalina fluye sobre mí. Sigo caminando hasta llegar sobre el mismísimo objeto misterioso, lo miro de arriba abajo y después de un largo rato de cálculos e hipótesis llego a la conclusión de que aquel trocito de algo parecido a arcilla o excremento no brilla por si mismo, sino que está absorbiendo el reflejo de un gran edificio de enfrente, posiblemente por un telescopio refractor de 200 milímetros. ¡Caramba!, tenemos un astrónomo aficionado con telescopio en el barrio, en el barrio, en el barrio.

Piso 12:
Hay niños en la oscuridad, jugando silenciosamente a los “Cazafantasmas”.
Yo les digo:
–¡Caramba chicos! ¿No les parece que ya son horas de ir a dormir?
–Andá a la concha de tu hermana, forro del orto –me responde el más moreno del grupito.
Una cosa que olvidaba… La vecinita seguía garchando a full, sólo que esta vez las voces masculinas que se oían eran dos. Si será sinvergüenza esta chica que aprovecha que sus padres se fueron por ahí a una cena de negocios o algo así, para convertir la casa en un antro de depravación. No me causaría ningún problema formar parte de su staff esta noche, pero como dice el refrán:
“El vecino nunca se come nada”.

Piso 9:
Mi pasaje por este piso se sucede sin nada en particular que merezca la pena contar.

Piso 6:
Idem.

Piso 5:
Por suerte me traje una botella de licor para camino así que me siento en los escalones a tomar unos tragos y como me vino un cacho de apetito a comer un trozo de pizza que hasta hace diez minutos pertenecía en su totalidad a Chat, el gato vagabundo.
Una actitud bastante egoísta la mía, ya que únicamente por gula he despojando a Chat de casi la mitad de su comida, por lo que de esta manera Chat verá reducida su cantidad de alimentos, que en la mayoría de los casos representa
su única fuente de sustento.

Piso 4:
Una sensación de remordimiento por lo de Chat comienza a apoderarse de mí, así que quito de mi boca un cacho de pizza masticado y lo guardo en un pedazo de papel: una especie de resguardo por si los alimentos que tomara Chat le llegaran a ser insuficientes. Podría volver a subir en búsqueda de otra ración de víveres pero me da modorra… Mayor la mezquindad todavía.

Piso 3:
Se prende la luz del pasillo, significa que alguien entra o alguien sale, ¿o serán ladrones, o sicópatas?

Piso 2:
No recuerdo nada en especial

Piso 1:
Una pútrida fragancia se desprende desde el interior del apartamento de un viejo que vive en el 102. Se oye bajito un programa de radio evangelista, realmente una porquería: ya dicen algunos que los conductores de programas radiales roban el dinero, yo no entendía mucho el significado de esa expresión hasta ahora mismo…
A propósito, unos días atrás el portero del edificio me dijo que hacía días que el viejo del 102 no iba para club de bochas.


Estando en la calle empiezo a buscar a Chat: parece ser que el susodicho gato
se me está haciendo el estrecho, pero no, Chat no se está haciendo el estrecho sino que está metamorfoseando.
Puedo verlo con mis ojos, puedo ver como la carne se le desprende y ha comenzado a parir alas, alas de neón, unas alas grandes, porque él es un gato gris y creo que todos ya sabemos que si un gato gris metamorfosea con alas, éstas son de inmenso tamaño.
Transformado Chat en esa figura demoníaca yo no me atrevo a llamarlo para darle alimentos, temiendo dada su repentina metamorfosis, que yo sea su cena.
Los berridos de Chat son escalofriantes, la alarma de un Fiat 600 empieza a sonar, pero Chat no oye razones y como justo en ese momento pasa un plancha, se lo devora de un bocado.

Me pregunto ¿Que habrá pasado por la cabeza del plancha mientras fue victima de aquella carnicería por parte de Chat?, el gato que ya no es vagabundo sino, Chat: el devorador de carne.
Inmediatamente después de haber presenciado esa desagradable situación,
reconozco haberme dado cuenta una cosa, reconozco que en realidad Chat no metamorfoseó ni se ha morfado al plancha, sino que fue sido todo fruto de mi imaginación que en esta ocasión me ha jugado una pala pasada.
Siempre me decía el almacenero que demasiada televisión hace mal, pero, uno nunca hace caso a los consejos de los viejos almaceneros. Además nadie le hacia caso al almacenero porque está medio loco…
A veces por las mañanas, a eso de las 7:30 am, salía para la calle y se ponía a rezar el evangelio y cosas de esas, se reía y decía cosas incoherentes relacionadas con la Biblia y no sé qué del mensajero del Apocalipsis.
Más de una vez escuché rumores sobre que afeitaba los pelos de la concha de su señora y luego se los fumaba.
Ahora, tengo una interrogante: ¿Si de verdad se fumaba los pelos de la concha de su señora, por qué lo haría?.

Dejando atrás todos estos desagradables recuerdos del almacenero vuelvo a incorporarme, y ahí lo veo, está Chat al lado de mis pies, maullando de forma molesta para que le de sus alimentos. Caramba, y yo que hace un instante lo había imaginado como un monstruo salvaje: las vueltas que da la psiquis humana son inexplicables.
Dejo atrás a Chat, el gato vagabundo, y abro la puerta de la calle del edificio donde vivo, pero justo antes de volver a cerrarla me ha pareció ver algo y vuelvo a salir para observar. Casi podría asegurar que se trata de un vampiro.
Ese siniestro personaje, alto, pálido y delgado me observa y con el
pensamiento me dice:
–Ya he bebido sangre y estoy satisfecho, te permitiré seguir siendo humano.

Prefiero no hacer caso, supongo que probablemente podrá ser un reflejo
involuntario de aquel momento de trastorno del que fui victima instantes atrás.
Vuelvo hacia la puerta del edificio y...¡tacham!, se me quedaron las llaves puestas del lado de adentro del edificio.
-¿Y ahora que hago? -pienso yo.
Una poderosa explosión de ideas brota por mi cabeza, ¡zas!, la situación
podría llegar a estar bajo control. Toco el timbre de un vecino del 6º piso, y como es medio hippie, artesano y reventado, estoy casi seguro que ni se iba a tocar por que lo moleste a esas horas de la madrugada para que baje a abrirme y recuperar lo que por derecho me corresponde: Mis llaves.
Toco el timbre tímidamente, no hubo respuesta… vuelvo a tocar el timbre, esta vez de forma intermitente y molesta, tampoco atiende nadie.
No me sorprende mucho que el vecino del 6º piso no haya dado bola al timbre, probablemente estará endrogado, en estado de inconsciencia o en coma etílico,
en fin, al menos con intentarlo no se perdía nada.

Un plancha se acerca a mí, comienza a hablarme:

Plancha: -Vo Balor!!! Tenéhs unha chapa qe te sovre, loko
Yo: -Paa!!, Savé ke estoi en la uaska, Papá
Plancha: -Vuena lona eé (Por mi campera de Jean lo dice)
Yo: - Biste!!, ce la kanvie a un pichón por un kacho dhe lata
Plancha: - UU!!, bieja, bos tamvien sos plancha?
Yo: - i ke boi a estar asiendo aka cino?

Fueron momentos duros de tensión, pero finalmente el plancha se retira pacíficamente. No hubiera terminado así la cosa si no hubiera aplicado un poco de sicología marginal con ese engendro.
Instantáneamente después de retirarse el plancha, vuelvo a lo que estaba: ver como soluciono el problema de las llaves que me han quedado del lado de adentro de la puerta.
Podría intentar llamar a algún cerrajero que aunque me va a fajar por venir a estas horas, es preferible que quedar afuera a la intemperie, a la merced de los vampiros. Igual así, no estoy en posesión de ningún teléfono móvil para llamar. Tal vez Leo Masliah me podría ayudar o aconsejar sobre el asunto, pero por desgracia no sé su dirección ni su numero telefónico, el cual paradójicamente
de todas maneras no podría utilizar en este momento pues no tengo teléfono móvil para llamarlo por teléfono... El destino a veces es caprichoso.

Procuro de forma casi religiosa no perder la calma y hacer una locura, como por ejemplo tomar un objeto contundente y lanzarlo sobre los cristales de la puerta,
para de esa forma poder sin problemas tomar la llave a través del vidrio que, hipotéticamente, ya no existiría y así poder abrir la puerta sin vidrio para poder tomar el ascensor y regresar a mi domicilio.
A medida que se avanza la noche yo voy poniéndome aún más nervioso, la idea de romper los vidrios de la puerta no está tan mal, sólo que al hacer eso expongo a la vecindad a ser victima de cualquier barbarie, porque al no haber vidrio en la puerta, cualquier mal viviente puede inmiscuirse dentro del edificio, cosa que a mi me tiene sin cuidado, salvo que cuando me refiero a la vecindad, lamentablemente debo referirme a mi mismo… es decir, podría ser yo mismo la victima de algún copamiento o alguna otra cosa horrible o similar.

Como nada se me ocurre, enciendo un cigarrillo y me siento en el cordoncito de la puerta a esperar a que alguien entre o salga.
Escucho el chirrido de la puerta que se abre:
-¡Gracias señor! -pienso yo.
Rápidamente me pongo de pie para aprovechar que un pibe está saliendo, pero cuando voy a ingresar, el muy guacho ese que sale y que la verdad no tengo ni idea donde vive porque nunca lo había visto, me tranca el paso y me dice:
Pibe: -Pará, pará... ¿adónde te creés que vas?
Yo: -Y... flaco, a mi casa
Pibe: -No, no, no, no… Para mí que lo que pasa es que viste estas llaves y te
querés mandar para adentro para ver de que apartamento es
Yo: -Mirá guacho de mierda, te salís del medio porque sino te voy a meter
una zapatería en el orto que ni aunque te lo operen te lo van a poder
arreglar
El joveñajo es molesto y obstinado pero no idiota, así que me entrega las llaves que ya las tenía en su poder y continuó su marcha, debo deducir que para salir a estas horas será probablemente para conseguir pasta base o algo de eso.

¡Que felicidad!, nuevamente tengo el control de mis llaves y para con ello todos mis efectos personales, así que enfilo pasillo adentro para tomar el ascensor y regresar al hogar. Oprimo el botón del elevador y cuando éste llega me subo en él. Observo para todos lados por si acaso, como nada suscita sospechas en mí, oprimo el botón de mi correspondiente piso. Llego a mi piso y por suerte nada inoportuno se sucede, así que contento bajo y marcho en búsqueda de mi apartamento.
Al llegar a la puerta de mi apartamento me quedo observando la puerta del apartamento de la vecinita. En este momento tras la puerta se oye nada más que silencio. ¿Habrá concluido con sus actividades?

Vuelvo para mi apartamento y me voy para el balcón, me quedo parado durante un largo rato, mirando para afuera, sin hacer nada, solamente observando desde lo alto la serenidad de la noche.
Pasa el rato, pasa un rato más. Las agujas del reloj giran como enfermas y estúpidas, parecen casi hasta mongólicas. Las agujas del reloj de pared avanzan, y siguen avanzando las muy mongólicas… tic, tac…tic, tac…
El puto reloj de pared de mierda me pone nervioso y de muy mal humor.

Una taza de café sucia y mal oliente me insulta, me tienta e intenta
provocarme. Un fétido hedor de irritación e ira se apodera de mí.
¿Hedor, ira?... no lo sé. ¿Monstruos? Puede ser, muchas veces se me
aparecen.
Pensamiento oscuros, macabros y sombríos atraviesan mi cabeza, me
taladran el cráneo… me invaden, me quieren atormentar.
-¿Por qué no? -la pregunta del millón viene como un rayo a mi mente.
¿Por qué no hacerlo, por qué no?
¿Por qué no saltar, sólo saltar?… por instinto
¿Qué me impide hacerlo?: Nada.
Sólo es un paso, un salto. No es tan larga la caída, sólo es un instante.
Espasmos de tensión me recorren el cuerpo. Volar, volar… un precio muy alto por sentir el vuelo. Pero a lo dicho: ¿Por qué no? Nada me ata.
¿Que hace falta para lograr tener el valor para hacerlo?.
No hace falta ser tan valiente, no es más que un impulso, nada más. Sólo hace falta dejarse llevar, no pensar en nada, dejarse llevar por un impulso de furia y en instantes todo ha de acabar. Sólo es eso, saltar… Por instinto

Podría también meterles una patada en el culo a esos demonios que me incitan. Podría meterles una patada en el culo y acostarme a dormir, divagando, dejando llevar la mente a donde quiera llegar, imaginando cualquier situación en particular: una puesta de sol en el campo en un mes de marzo, la compañía de una agradable melodía imaginaria en un momento especial irrepetible, despertar reconfortado de un sueño eterno en el cual las penas fueron quedando atrás.
Podría irme a dormir, si, pero no lo sé. La noche está tan incierta que en esta madrugada cualquier cosa puede suceder

William está a toda velocidad con su máquina de escribir, compenetrados,
únicamente ellos lo saben. Quien sabe si estarán redactando un testamento,
creando alguna historia donde el pirata se hace bueno y se casa con su enamorada. Quien sabe que personaje, que historia o que situación estará
tejiendo Willy en su cabeza. ¡Pobre Willy!, a sus cuarenta años solamente ha logrado publicar en Mejico tres mediocres y pequeños libros de poesía.
¡Pobre Willy!, si en el fondo él también es un fracasado, lo único que le queda por hacer es comprarse una pistola y pegarse un tiro en la boca.

Sigo observando esta insípida noche desde mi balcón. Observo hacia ambos
lados y entonces es que lo vuelvo a ver: el vampiro.
Al verlo ya no siento temor por él, esta vez no. Lo observo detenidamente y me doy cuenta que no es un vampiro, sino un fantasma… un fantasma nocturno, errante, triste y solitario: como yo.
Él levanta su vista y me observa. Levanta la voz manteniendo un tranquilizador
tono en sus cuerdas vocales y me dice: “Va siendo la hora. No tengas miedo,
dale que nos tenemos que ir…”

Un alud orgánico de desperdicio natural se apodera de mí: Ha llegado
el momento. No pienso, no siento, soy un autómata. Una fría y escalofriante sensación de vacío y despojo me acompaña en el aire tras entregarme al destino con tan sólo un salto y un empujón hacia adelante. Ya no hay vuelta atrás, todo es cuestión de esperar el momento crucial del impacto. Podría pensar en arrepentirme, pero de nada servirá, ya es demasiado tarde para hacer eso, ya es demasiado tarde para cualquier tipo de arrepentimiento.
Procuro no pensar en nada, de todos modos no hay tiempo para hacerlo.
Únicamente pienso en todo lo que fui y todo lo que no pude ser, en todos
los que ahora quedan del otro lado: del lado de los que están vivos y aún,
a pesar de todo, se la siguen jugando. Pienso en aquellos que a partir de
ahora ya no volveré a ver.
Pienso en aquellos que allí quedan, sintiendo el frío, la soledad, las angustias,
las ganas de escapar, el vacío profundo que nos embarga a casi todos los
que, a saber de esta vida puta, aún no han encontrado su brújula.

Quisiera poder llegar a una reflexión más profunda pero se acabó el tiempo,
ya estoy consumiéndome contra el suelo. Escucho el bestial impacto de mi cuerpo contra el pavimento. Los huesos crujen y todo se rompe, pero no llego a sentir dolor alguno. Ya no queda más nada, sólo un trozo de carne flácido rodeado de un espantoso río de sangre.
Desparramado contra el suelo, con la cabeza destrozada e inclinada hacia un costado, mis ojos inertes logran capturar una última imagen: la del pavimento
mojado por la helada de la madrugada, una calle ancha y de doble carril,
de lejos un edificio alto.
Un Ford Escort color azul, a unos 200 metros de distancia, cruza Av Sarmiento
a toda velocidad.

“La llama de la vida se me consume. Las luces se apagan, es hora de sumergirme en las tinieblas”.

Texto agregado el 05-11-2008, y leído por 229 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-11-2008 cooo, así es, lo leí todo 3.5*. cooo
 
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