Con inmensa ilusión, Vicente y yo plenos de amor vivimos
la verdadera fiesta para celebrar nuestra unión y coronar nuestros sueños. Un altar con preciosas flores regaladas en el campo. Música hermosa, rostros queridos, lo blanco y lo dorado, la varoníl voz del sacerdote que nos hace prometernos amor y comprensión. ¡Hasta que la muerte nos separe! Lágrimas furtivas, porfiadas. Bailar un bolero y brindar en el atrio de la iglesia, junto a nuestra familias y amistades cercanas, entregar el ramo de flores vivas con los generosos deseos que fluyen de mi felicidad, así lo planeamos, contradiciendo un poco lo tradicional. Hasta la vuelta.
Nos alejamos en un auto sin adornos ni estridencias.
De regreso a tratar de acomodar nuestras costumbres, a compartir. Intentar realizar lo más posible de nuestros sueños, algunos se podrían vivir. Nos caímos, nos levantamos juntos, a veces tocamos los ahorros antes de fin de mes, éramos dichosos. El fín de semana distribuíamos las resposabilidades hogareñas, cual de los dos más inespertos, aprendimos mucho hasta de nuestros pequeños errores o fracasos que concluían en humoradas que nos daban risas.
Confirmada la espera de nuestro retoño, nos abrazamos en un largo silencio, lo emotivo cerró nuestro labios en ese momento. Después nos miramos y sonreímos, tus ojos brillaron húmedos y los míos derramaron la contenida lágrima por la inmensa emoción de esta maravilla que ya vivía con nosotros. Lo esperabamos con amor. Era algo tan nuestro. El primer regalo fue tu extrañamente apretado abrazo y ese puro y último beso y la promesa -Nos vemos a la tarde, mí amor, celebraremos. Soy dichoso.
El día se me hizo largo. Mí rostro denotaba regocijo, por lo que mis compañeras hiceron bromas y preguntas. Salimos a almorzar y al volver encontré en mi escritorio pequeños regalos que me inundaron de júbilo y que agradecí de corazón.
Regreso a casa al atardecer, llena de ideales abro la ventana para verte regresar por la calle arbolada. el sol se oculta y dadivoso deja una estela en oro y naranja. Percibo aroma de naranjas, cierro la ventana y camino hasta la mesa de la cocina a buscar una. ¿Porqué tardas? La naranja se entibia en mí mano, a lo mejor anda buscando algo para nuestro hijo.
¿Qué pasa? Tienes llaves y llamas a la puerta. ¡Ah! Algún juego o alguna sorpresa. Abro, mí coqueta sonrisa se congela en una interrogante mental. Esos trágicos rostros me producen pánico y les cierro la puerta. Y ante la insistensia de con cierta ansiedad los atendí. Recuerdo que mencionaron tu nombre y... que mañana la puedo venir a buscar, si no tiene quién la acompañe, que le facilite los trámites. Reiteraron su apoyo y me entregaron una hojas de papel que ni leí.. No tenía nada claro, en forma descortés no dije ni gracias y cerré la puerta de golpe. Desfiló ante mí la realidad y traté de alcanzar a llegar al sofá. Volví en mí después de unos segundos y me dije que no podía ser verdad, a lo mejor me quedé dormida o era un error, se han equivocado. ¡¡No, Vicente,no!!. Descubrí que no solo mis manos estaban frías, mi mente en blanco no me permitía llamar a mis padres ni a mis suegros, el golpe fue muy fuerte.
Mis labios se marchitan guardando lo que no puedo decirte, sin desearlo me abandonaste. Miro a lo alto, en la lejanía compartes tus ojos con las estrellas.
Ahora una pequeña que se parece a tí y a mí, que es lo más hermoso y amado, a la que antes de dormir y previa invocación al Angel de la Guarda le relato un cuento, que a veces martiriza mí garganta, porque ya no estás con nosotras y ella lo nota en mí voz y es tan pequeña todavía que solo sabe que su papá esta lejos. Ya no se de donde me sale tanta valentía.
Hoy me ha sorprendido y me duele hasta la médula de mis huesos, la niña con la mirada en tu foto y con una mueca infantil y con desafío en su voz dijo: -Angel de la Guarda, tráelo ahora, no quiero un papá de papel.
Silvia ParraB. |