– ¿Tu marido sospecha algo?
La frase me ha sacado bruscamente de la lectura del libro que tengo entre las manos.
–No. Al menos no he notado que me mire de forma diferente.
–Eso es importante. No se te ocurra decirle nada. Pero, venga, Delia, cuenta.
Las dos mujeres, que ocupan asientos contiguos frente al mío, hablan en voz baja, las cabezas muy juntas, igual que adolescentes intercambiando secretos. Es curioso, todos los días cojo este autobús y no recuerdo haberlas visto antes. O quizás no me he fijado, cuantas veces uno descubre, como si fuera la primera vez, algo que siempre has tenido delante.
–Fue el último día. Por cierto, Teresa, estas becas de idiomas para profesores están muy bien pagadas, deberías apuntarte el próximo verano. Pero, a lo que iba. Como Miguel tiene vacaciones en agosto, pedí julio.
– ¿Y qué hiciste con los niños?
–Ya no son tan pequeños. Mi hermana se ofreció a quedárselos. Dijo que sus hijos estarían más entretenidos y le darían menos lata. Solicité todos los lugares de habla inglesa que ofertaban y me tocó Irlanda.
– ¡Irlanda! ¡Qué envidia!
–Bueno, era un pueblecito pequeño, pero habían venido profesores de todos lados. Nos juntamos un grupo de treinta o cuarenta, una locura. Nos alojaron en una residencia, tipo colegio mayor, qué risa, me pareció retroceder a los años de la universidad. De día íbamos a las clases, a un College, y al atardecer, invadíamos los pubs. Te advierto que en el pueblo no había otra diversión.
–Ahórrate los detalles y vete al grano, que me muero de curiosidad.
Definitivamente he dejado de lado mi novela. Esto es más interesante. Levanto la vista, divertido, y echo con disimulo una ojeada, con la mirada perdida, como si reflexionara sobre alguna frase profunda que acabo de leer. Deben ser compañeras de trabajo. Ambas llevan bolsos grandes de colgar, de esos en los que caben fajos de exámenes.
–Pues eso. Que hice buenas migas con un compañero del curso, del que no me preguntes nada porque no te voy a decir ni cómo se llama, ni dónde trabaja. Siempre se las arreglaba para sentarse a mi lado y charlábamos mucho en esos ratos.
– ¿Casado?
–Divorciado. Tiene una hija adolescente que vive con su ex.
– ¿Guapo?
–Guapo, guapo,… no diría. Empezando a echar un poco de barriguilla, como todos los cuarentones, y con las entradas apuntando. Pero interesante, sí que lo es. Culto, buen conversador, atento. El caso es que me hacía sentir bien, y eso me halagaba.
–Ya sé lo que dices… Hay hombres que parece que están siempre en otro lado, y eso te hace sentir fatal.
– ¡Exacto! Eso me pasa a mí a menudo con Javier. Cuando llega a casa, me da un beso, se sienta delante de la tele, pone como música de fondo cualquier cadena de deportes y enciende el portátil.
–Sí, te entiendo, A veces me pregunto si ellos sentirán lo mismo respecto a nosotras. No sé, les cuesta tanto hablar de los sentimientos, lo dan todo por sentado... Pero, ¡sigue contando!
Deben andar también ellas cerca de los cuarenta. La que responde al nombre de Delia es atractiva, morena, de pelo rizado, ojos oscuros y labios gruesos. Va vestida de forma informal: vaqueros ceñidos, blusa blanca, zapato plano. Mueve las manos mientras habla con rapidez, toda ella desprende energía. Miro por la ventanilla tratando de concentrarme en otra cosa. No sé por qué, esta conversación está empezando a ponerme nervioso.
– ¡No te hagas ilusiones, Teresa, que tampoco es para tanto! El último día hubo una fiesta de despedida en el College. Bebimos cerveza, caliente, ya sabes, comimos canapés y bailamos. Y cuando nos despedíamos , cada uno a su habitación, Ro…, mi amigo, me coge del brazo y me dice al oído que si voy a su cuarto cuando todos se acuesten. Yo no supe qué contestar en ese momento, chica, me quedé paralizada, y él añadió que dejaría la puerta abierta, por si me decidía.
– ¿Por qué su cuarto y no el tuyo?
– El suyo estaba en el último piso y era más discreto. Una especie de buhardilla.
– ¡Hum! Una buhardilla, con su techo inclinado, forradita de madera, qué romántico.
– Calla, calla, no veas qué dilema. Yo no había tenido ningún rollito desde que estoy con Javier, pero me pilló tan deprimida. Debe ser cosa de los años, sentía que la vida que me quedaba por delante iba a ser sólo una serie de repeticiones.
–Ya...
–Y de repente todo cambia. Alguien se interesa por mí, le gusto, le atrae mi cuerpo, nos divertimos. Mira, no sé si fue eso, o además el efecto del alcohol. Sentada en mi cama notaba que me ardía la piel, que me temblaban las manos, hasta que no lo pensé más. Me lié la manta a la cabeza y, cuando dejé de escuchar voces en el pasillo, salí de puntillas.
– ¡Qué risa! Te imagino igual que en las películas, escondiéndote en las sombras como si fueras un ladrón o un asesino.
– ¡Exacto!
– ¿Y...?
Me fijo con discreción en Teresa. Es rubia, de piel más clara y movimientos más suaves. Abre los ojos con asombro, no puede disimular el interés que despierta en ella la historia de su amiga. Tiene algo que me recuerda a Elena. Han bajado la voz, ahora tengo que hacer verdaderos esfuerzos para no perderme nada. Delia suelta una carcajada. Me revuelvo, inquieto, en mi asiento. Qué bandazos da este autobús, joder, podían escoger mejor los conductores.
–Ah, no, el resto te lo imaginas tú. Sólo te diré que fue una noche fantástica. Cuando volví a mi cuarto, ni sé qué hora era, sólo recuerdo que estaba amaneciendo. No me podía dormir. Empecé a darle vueltas a la cabeza. ¡Qué contenta estaba! Volver a sentir la emoción de lo desconocido. Me parecía que lo ocurrido no me había sucedido a mí.
– ¿Y que pasó cuando te lo encontraste al día siguiente?
–Había mucho lío, todo lleno de maletas y gente tropezándose. El se las arregló para pillarme un momento a solas y preguntarme si podía llamarme cuando llegáramos a España. Le dije que mejor lo dejábamos dónde estábamos, no quiero perder a Javier, y nos despedimos con las lindezas que se usan en estas ocasiones.
– ¡Ja! ¡Vaya aventura, guapa!
–La verdad es que ahora estoy mucho mejor con Javier. A ver si sé explicarme. Ya no me importa tanto que vea la tele, o que esté a lo suyo. Me siento a su lado, me pongo a preparar las clases, a corregir los trabajos de los chicos, y soy yo. Es como si le quisiera más porque le necesitara menos.
– ¡Oye! ¡Que llega nuestra parada!
En ese momento, las dos mujeres se levantan apresuradamente y se encaminan a la puerta de salida. Yo continúo dos paradas más. Intento retomar la novela pero no puedo concentrarme. Tengo la boca seca. Pienso en mí, y en Elena. Y en que quizás esta noche deberíamos salir a cenar los dos solos.
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