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“El Lazarillo del Serengeti”


Estaba hace mucho tiempo en su larga lista de vivencias pendientes, “Un Safari en África”, jamás le agradó el cazar indefensos animales (no era para eso), y en algún momento lo habría soñado como un safari fotográfico, pero hace ya muchos años que se apagaron las luces de sus ojos, aunque no hay mal que por bien no venga, al cerrársele un mundo se le abrieron varios más a la vez. Su olfato descubrió un universo de aromas en el aire. Se le revelaron sonidos hasta entonces ocultos que decodificó como a melodías, y su cuerpo entero comenzó a absorber sensaciones de su entorno que habían sido totalmente imperceptibles en otros tiempos. Su vivencia de este viaje al Parque Nacional de Serengeti en Tanzania sería, por mucho, más intensa para él que la de cualquier otro turista.
Llegaron en jeep, con su naturalista amigo Jean Paúl, a uno de los Centros de Investigaciones de la Vida Animal, enclavado en medio del inhóspito y salvaje monte africano.
Una única y gran edificación de madera típica de África, que se reparte en algunos pequeños dormitorios y vivienda, con un gran laboratorio que cumple funciones de veterinaria, casi tapizado de jaulones contra las paredes donde quedan en observación algunos de los animales de poco y mediano tamaño.
Jean lo conduce hasta el laboratorio donde le presenta a Jennifer y a Antón, sus otros dos compañeros científicos. Es increíble como al ingresar a este recinto siente sumergirse y fundirse en una marea de nuevos aromas y sonidos, donde todo tipo de animales salvajes esperan en jaulas su total recuperación. Animales con olores y sonidos propios, y hasta ahora desconocidos para él, y que ya comienza a tratar de descifrar.
Sobre la mesa están atendiendo a un cachorrón de labrador de un año de edad, que han criado los guardias armados del Parque en una pequeña cabaña de madera a unos cinco kilómetros al sur, la misma que hace un rato han cruzado en su camino hacia aquí. Le explican como lo están aliviando de una leve herida en sus cuartos traseros mientras lo mantienen medio sedado, pero siempre con un bozal puesto. Más allá de que conocen particularmente el mal carácter de este perro, la realidad es que luego de varios antiguos incidentes de mordidas de animales en recuperación, se ha tomado como regla general colocarle bozal a todos los animales de hocico, mientras permaneciesen en el laboratorio, y aún estando en sus jaulas. Lo que le resulta un tanto cruel, dada su estrecha relación con su perro lazarillo Foxi, un viejo ovejero alemán al que siente casi como a un hijo, y que en este viaje no ha podido acompañarlo.

La noche ya cayó, y en la cena los anfitriones hablan de la tensa situación que viven con los cazadores furtivos, que hasta han llegado a amenazar con incendiar las instalaciones del parque. Mientras los escucha, sus agudos sentidos perciben claramente el sincero temor en sus voces como si fuera un polígrafo policial.
La cena ha terminado y puede dormirse cómodamente en una de las pequeñas habitaciones solo para él.

Un terrible y punzante dolor de cabeza lo despierta aletargado entre terribles y confusos sonidos y desesperados chillidos de animales que se confunden en un espeso ambiente casi sin oxígeno. Sin siquiera razonar, se pone pesadamente de pie, y colocándose torpemente los pantalones, tambaleando, busca a tientas la puerta. Consigue abrirla y una ráfaga de calor abrasador le anuncia la intensidad del incendio, gira hacia el lado contrario por el corredor gritando desesperado por auxilio, pero nadie responde, tal vez los demás no hayan tenido la misma suerte de lograr despertarse en el espeso manto de humo como él. Se topa contra la puerta del laboratorio, y aún gritando, totalmente aturdido y desorientado logra abrirla, desplomándose casi inconsciente al piso.
Contra el suelo el aire está apenas más oxigenado, y trata de despabilarse dándole forma a sus ideas.
(“Estoy solo” - Su perro lazarillo viene a su mente - “Foxi que falta me haces amigo”, “¡El labrador!” - La idea parece explotar dentro su cabeza - “No está entrenado, pero si me aferro a él, sólo por instinto me sacará de este infierno”)
Arrastrándose llega hasta la primer jaula de donde provienen los gemidos más potentes. Se quita el cinturón del pantalón y abre rápidamente la portezuela. Como una tromba el animal arremete sobre él tratando de huir, pero lo toma fuertemente del bozal enlazándolo con el cinturón del cuello.
El calor es totalmente abrasador. Puede sentir claramente como el techo arde sobre su cabeza. El animal desesperado tironea arrastrándolo hacia su derecha, se incorpora y lo sigue sujetándolo con fuerza. Tropieza contra el animal y un muro. Tantea con las manos y reconoce una ventana, la abre y ambos saltan hacia el exterior.
El cinturón está casi cortándole la mano pero no lo suelta, sabe que de ese animal sigue dependiendo su vida. Se irgue nuevamente y, casi trotando, se aleja arrastrado por los tirones de la improvisada traílla del infernal calor a sus espaldas.
Su cabeza aún esta confusa, piensa en volver a gritar pidiendo auxilio, pero teme que los que le respondan sean los mismos cazadores furtivos que deben haber provocado el fuego, y que talvez, en este momento estén ocultos, observando sanguinarios desde las sombras del monte como arde la edificación.
El animal sigue tironeando totalmente desesperado.
("Este perro es mi única opción"- piensa – "Lo dejaré que instintivamente me lleve hasta su hogar. El puesto de los guarda parques no debe estar tan lejos de aquí")
Con una mano resguarda su rostro que es azotado casi constantemente por las espinosas ramas del monte, y con la otra sostiene con todas sus fuerzas el cinturón sabiendo que su vida depende de ello.
("¿A cuantos kilómetros estaba el puesto de los guardias?" – piensa -"¿cuanto tiempo llevo corriendo a través el monte? Ya debo estar cerca, puedo sentir la ansiedad del perro que comenzó a jalarme de nuevo con más fuerza")
Tropieza con una raíz y cae una vez más. Todo su cuerpo está sangrando cubierto de pequeñísimos cortes que le inflinge la hostil vegetación. Trata de levantarse y un nauseabundo olor inunda sus sentidos, gira su cabeza tratando de identificar la dirección de esa peste, pero pareciera que se encuentra rodeado de ella, mientras una atrofiada carcajada chillona se multiplica en su entorno horadándole los oídos. Y en sólo un segundo sus sentidos decodifican la verdad.
-¡No! No puede ser. ¡No!
Tironea del cinto y toma con fuerza al cachorro palpándolo desesperado. Sus manos crispadas confirman aterradas la cruenta realidad.
No es el cachorro de labrador. Estando shockeado, lo que en realidad tomó de otra jaula fue un cachorro de hiena que lo ha conducido directo al cubil de su hambrienta familia.


Texto agregado el 03-11-2008, y leído por 488 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
16-05-2014 Los giros trágicos, terribles, son por lo visto tu especialidad. Cuando crees que nada puede ir peor, consigues erizar la piel, que te compadezcas del desgraciado y te estremezca su maldita suerte... Ikalinen
14-01-2009 Mufasa!!! Jajajaja. meaney
26-12-2008 No puedo decir nada. Simplemente GENIAL!!! shambhala
06-12-2008 No me lo creí. Será por la forma, será por la historia, será por el final, pero no. Aristidemo
18-11-2008 ops. que terrible error!, impecable cuento e impecable final, mis 5* que acompañan los soles de los que me anteceden en la lectura. domingo_azul
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