Esta cálida tarde de verano
me ha traído a la memoria
otra tarde templada de una jornada primaveral
en la que llamé a tu puerta
y con mis constantes ojos de tristeza
pregunté si acaso me acompañarías a una boda.
Con tu eterna complicidad me sonreiste
y toda tu casa se impregnó de apoyo incondicional.

La menor de tus hermanas se ocupó de nuestra rebeldía capilar;
La mayor de asesorarnos en el atuendo;
tu madre, que a ratos ha sido también la mía y de tantos otros, agazajó mis tripas con lo mejor de su cocina,
mientras la silenciosa presencia de tu padre observaba todo con ojos espectantes.

Esa tarde sentía nervios, nostalgia y tal vez tristeza; más lo que me embargaba esa tarde hoy se que era el miedo a la nueva vida que asomaba con las palabras de compromiso sellado del predicante.

Recuerdo a mi familia sentada
un tanto absorta observando a la familia de la novia
toda vestida de fiesta pese a la temprana hora de las nupcias.

Yo quería observarlo todo desde la última banca.
Más tu mano me condujo a la primera mientras mi corazón se agitaba más y más ante lo inevitable.

Luego te dije 'vamos' a lo que tu respondiste
'no, aún esto no termina'; y con tu brazo firme al mío me condujiste al cocktail.

Te serviste de todo, aveces me he preguntado si aquello te gustaba; con certeza me respondo que sí, ya que tu no eres de las que finge simpatía ante el más exquisito de los manjares.

Brindaste por la salud de los novios,
talvez hasta con más sinceridad que yo
y luego me miraste con tus ojos francos,
estrellaste tu copa a la mía
y me dijiste 'y a la tuya también'.

De regreso a casa no hablamos de la ceremonia,
tampoco durante el té, ni en el resto de tarde que nos reimos de todo y cantamos como siempre hasta que tu madre nos silenció con un trozo de pan. Más tampoco ha sido tema en nuestras charlas del recuerdo con tu novio. De seguro porque sabes que aunque ese día sonrriera sentí el abandono más galopante que nunca.
Pero como siempre,
ahí estuvo tu mano para rescatarme de mi misma.


a: V.S.C.L.

31.10.2008