Nueve tobos de pega.
¡Pa que lo sepas!
Es media tarde y voy camino al cementerio, no para visitar a algún difunto conocido ni para ver a alguien descender al pronto olvido sino mas bien para hablar con los sepultureros. En una oportunidad conocí a alguien quien por algún tipo de extraña morbosidad hacía de los cementerios puntos de visita obligada en los pueblos que llegaba así que crucé la calle recordándola.
Había poca gente ese día y los Carontes de turno se refugiaban del sol en las sombras producida por los vetustos mausoleos o por los arbustos casi secos sin cortar bordeando las inevitables tumbas. Vi al Mocho haciendo su trabajo, tal como me había dicho en varias oportunidades, calle arriba en la licorería “Los muertos”.
-¿Que hay Mocho?- le pregunto acercándome.
-Ocupado - me responde sin alzar la mirada, clavando la pala en la tierra endurecida por el calor del verano, el tocón izquierdo apoyado en el mango, empujándolo.
-Aquí ya no hay espacio pa enterra a nadie, excepto los que se mueren en el hospital central y nadie los reclama -me dice con una voz tan seria como el trabajo que hace-,el hospital dizque tiene un contrato con la alcaldía pa guardarlos aquí una vez se van o los van, aquí también entierran a los angelitos que nacen muertos o se mueren después de nacer, pero pa mas nadie hay tierra - me dijo, esta vez alzando su rostro sudoroso-. Al dueño de este hueco le dieron un tiro por la espalda hace ocho días pa robarle los zapatos y resulta que estaban rotos, ¡ Imagínate!, los carajos se arrecharon tanto que soltaron ahí mismo los dos zapatos, junto al tipo , y que se veían nuevos desde arriba, dicen! .Se llamaba Venancio Bedolla, se supone que se llamaba así por que le consiguieron un recibo de pago de una cooperativa en Maracay; no lo reclamó nadie, así que bueno…-con ese nombre nadie te reclama, pienso - lo tenían en la nevera y había que hacerle el favor por que estaba llena y enfriando poco para variar; hay que ayudarlos por que uno nunca se va a pode ayudà y yo pasaría mas trabajo aun cuando me toque - me dice, izando el tocón y esbozando una tenue sonrisa .
-Me doy cuenta Mocho, me doy cuenta, esto es un trabajo para gente generosa como tu. Por cierto Mocho, ¿Donde estará ese carajo que te hizo esa desgracia?, ¿Que se habrá hecho?
-Sabrá Dios donde andará, yo de todos modos ya casi que lo olvido. Eso fue hace mucho tiempo, cuando tenia dieciocho en una pelea por que le mamè gallo al tipo; me tirò a saca con un machete y le metí el brazo; después vino el peo de “métanle la mano en hielo pa que no la pierda”, pero que va, no se consiguió hielo por ningún lado así que me jodì…, pregúntale a Julio Lorca, el sabe. Bueno, yo ya hasta puedo manejar bicicleta.
-Eso también lo he visto Mocho, y manejas mejor que yo.
Otra palada y la tierra se asoma más aun, como con hambre. Me acerco un poco más al hueco.
-¿Cual es el estándar?
-¿El están que?
-Las medidas Mocho, las medidas. ¿Que medidas tiene un hueco de estos?
-¡Ah!, depende si es niño o adulto- me responde.
-Obvio- le replico, atento a su repuesta
-“La fosa” -me dice vacilante, como quien teme revelar un gran secreto - mide dos cuarenta por uno diez por sesenta; lleva cuarenta y seis bloques de diez, de concreto, los tapas con once tabelones de seis por ochenta por veinte y los forras con nueve tobos de pega. Los angelitos llevan menos, claro.
-Claro-, asiento rapidito, son datos útiles Mocho, muy útiles.
-Dale.
De nuevo, la pala obediente se apresta para hacer su trabajo guiada por el tocón experto. El regreso a mi casa lo presiento más lejano .Camino con el sol detrás de mí.
¡Como pica en la espalda el desgraciado!

Valerio Rivas
Agosto del 2008