Me encuentro sumamente consternado por algunos asuntos de primordial interés, tales como el frío que sufren los perros del mundo, el agotamiento de las hormigas y el pixeleo de las fotografías. Mis consternaciones no se limitan a temas generales sino incluso individuales, como la irritación al depilarse con cera, el sabor del agua purificada en las grandes ciudades y el alma de los lápices cuando el sacapuntas los ha terminado de cercenar. Siendo importante lo banal para mí, también tomo consideración al dolor que sufren mis uñas cuando se separan de los dedos de mis pies, al sentimiento de culpa que sienten los conejos al aparearse y los milisegundos que pasan antes de que los mosquitos caigan muertos en la lámpara atrapamosquitos. Las sensaciones inusuales como pasar tiempo sentado en una silla reclinable, el entumecimiento de mi dedo en el mouse, o tallar mis manos para quitar un poco la tierra, llaman precariamente mi atención. No me abstengo de respirar, cuantas veces pueda, el olor del vidrio o la piel de las iguanas, y he experimentado sustancias tales como el yodo en la piel sana, la estática de la pantalla y mis zapatos nuevos sobre el suelo arenoso. Sin embargo, la experiencia más coloquial y revisada que he conocido, fue darme cuenta de que, una o varias personas, descifraron ideas de lo que he escrito. Eso, indudablemente, me ha llevado a caminos férreos y crisálidos, que ningún otro inconcluso podría explicar. Deleito de jabonez y polvos marinos solventes de olores invernales, creo que es hora de concluir y aclarar que, sin duda alguna, me encuentro satisfecho por todo aquello que en este texto fue truncado y se omitió escribir.
Gracias por su tiempo.
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