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“Ya no hay fábulas en la ciudad de la furia”
(Gustavo Cerati)

Siempre he pensado que el mejor momento para caminar, sin importar el rumbo, es en una de esas mañanas cálidamente frías de invierno, de aquellas que te cogen los sentimientos y los arropan de nostalgia, como hoy. Mientras el frío persiste en soldar mis manos a los bolsillos del jean descolorido que llevo puesto, disfruto aspirando el aire matinal helado que luego expulso lentamente como experimentado fumador, me siento irreal, más que nunca.

A mi lado, Toño va contando sus pasos, callado, escogiendo sus primeras palabras, se le hace difícil empezar el diálogo, le conozco tanto, aunque debo admitir que está distinto, tiene un semblante demacrado, desaliñado, el cabello largo y la barba crecida, a pesar de su agresiva lampiñez, le dan un aspecto delictivo, de sospechoso.

Las calles aún vacías, también me parecen otras, a pesar de haberlas transitado infinidad de veces, en algunas ocasiones ciego, a tientas, sabiendo exactamente como enrumbarlas, despertar a salvo en mi cama, luego de incontables noches de trancas inconfesables, eran prueba de ello, pero ahora no las reconozco, detalles que siempre habían estado allí y que antes no había notado, descuidadas, sucias, indiferentes.

- Te lo quize contar, aquel día que nos vimos en la mañana.
- Ya todo pasó, Toño.
- Déjame invitarte un trago, como en los viejos tiempos.
- No puedo, he dejado la bebida, todo fue culpa suya.

Deambular por el barrio me trae recuerdos trasnochados, de excesos, es que siempre fui un bohemio, uno maldito, en busca de todo tipo de sensaciones y extremos que calmaran el rencor de sentirme un marginal, de pertenecer a la clase que sólo sabe sufrir, de vivir excluido en una ciudad tan deforme e infame; será por eso que nunca me negaba a la tentación, estaba convertido en el acicate perpetuo, en bebedor compulsivo.

- Fui al hospital en cuanto lo supe, estabas tan mal, no volví por temor, ya sabes…
- Lo sé, Toño.

Aquella maldita vez que fui a visitar a Toño también había sido una mañana, le había prometido arreglar su guitarra que habíamos roto en una tranca algunas noches atrás, quizás por eso no pudo decirme aquello que ahora lo atormentaba. Me llevé la guitarra y enrumbé hacia la universidad en busca de la collera de siempre.

Al llegar me enteré que Carlitos, estaba organizando una parrillada en su casa, en un barrio peligroso, muy cerca de un hospital con igual fama, ya se había marchado, pero dejó encargado con Jorge dos invitaciones con la dirección del lugar, una para mí y otra para Pepe. Cuando hallé a Jorge me entregó la mía y dijo que había perdido la otra, luego me enteré que la rompió, lo había hecho de pura envidia, era uno de los muchos que odiaban a Pepe y porque no estaba invitado.

Pepe era el tipo de aquellos que si no aprecias terminas odiando, la collera lo quería, aunque condicionaban el aprecio al trago y las diversiones que invitaba. Había nacido para el pleito, era muy hábil en las discusiones y las broncas, sus padres estaban en el extranjero así que todo el dinero que le enviaban lo destinaba a darse la gran vida con nosotros. Con él me unía una gran amistad, también el trago y la yerba, pero sólo eso, en cambio, Pepe le entraba a todo: la pasta, la coca, no tenía límites. Por aquellos días no me disgustaba esa situación, parecía algo intenso, teníamos veinte años y creíamos que la vida nos debía mucho, estábamos dispuestos a cobrarle todo, hasta quedarle debiendo. Juro que estimaba a Pepe de verdad, sin condiciones.

De regreso a casa, estaba en un dilema, quería ir a lo de Carlitos, pero no tenía idea de dónde hallar a Pepe, sentí cólera por Jorge, le hubiese mandado a la mierda con gusto. Luego de almorzar, salí dubitativo, si iba al tono de Carlitos me sentiría solo si no estaba Pepe, era algo que no me motivaba salvo por la promesa de una noche con harto trago, además estarían los patas de Carlitos, como el infaltable Roy, un borracho extremo, ni siquiera hablaba cuando bebía, perdía el habla de tanto trago que le metía al cuerpo, a veces ni te enterabas que estaba presente, que tal punta.

Todavía con dudas subí al colectivo, me convertí en una molestia preguntando cuánto faltaba durante el trayecto. Cuando al fin llegué a casa de Carlitos, luego de preguntar la dirección a medio mundo, me quedé cojudo cuando encontré a Pepe vacilándose de lo lindo en la fiesta. El muy granuja se las arreglaba siempre para salirse con la suya, me contó que fue a la Universidad a buscarme y se enteró del tono de Carlitos, cuando se topó con Jorge y le pidió su invitación no se creyó el cuento del extravío así que lo reventó a golpes hasta que confesó que la había roto, luego le hizo buscar y pegar los pedazos. Cuando me enseño el papel remendado, ambos nos cagamos de risa por largo rato.

La fiesta había empezado, hicimos un grupo junto a Carlitos y Roy, todos nos encontrábamos bastante ansiosos, se había convertido en una reunión inesperada, no hacíamos más que bromear y tomar de punto al pobre de Jorge, tomamos tanto y tan rápido que en poco tiempo ya estábamos ebrios así que comenzamos a joder a todo el que pasaba cerca de nosotros. Para evitar conflictos con sus otros invitados, Carlitos nos llevó a un lugar alejado dentro de la casa, a un patio interior, así estaríamos separados y no haríamos de las nuestras.

Entonces fue cuando sucedió, una vez a solas con la collera, Pepe metió la mano dentro de la casaca jean que vestía y extrajo de ella un objeto misteriosamente, tardamos en apreciar de qué se trataba, nos quedamos lelos al descubrirlo.

- ¡Es una pistola! - gritó Carlitos.

Efectivamente y era bastante grande, nunca había visto una de cerca, era soberbia, hermosamente plateada, brillaba desafiante a pesar de lo oscuro del lugar; quedamos enmudecidos. Luego que pasó el asombro, luchamos un breve momento por ser el primero quien tuviese el privilegio de tener entre sus manos el arma, por fin fue Carlitos quien la tomó, era un niño otra vez, apuntaba al infinito y a un sinnúmero de blancos imaginarios tratando de impresionar demostrando una supuesta habilidad. De pronto, Pepe hizo un movimiento rápido con el arma aun en manos de Carlitos y escuchamos una especie de cerrojo abriéndose y cerrándose.

- ¡Dispara! - le dijo.

Carlitos ni siquiera lo pensó, fue sólo un instante, todos gritamos endiablados, sin importarnos que la gente de la fiesta también empezara a gritar horrorizada.

Pepe tomó el arma y me la entregó.

- Mejor guárdala tú, este huevón la puede cagar.

La gente seguía alarmada, así que Carlitos, aún excitado, explicó que se trataba de una broma y se llevó a los curiosos que intentaban acercarse, desapareció con ellos y no lo volvimos a ver. Nosotros la continuamos hasta que nos dimos cuenta que Roy no podía hablar ni pararse así que decidimos llevarlo a dormir. Una chica nos señaló una habitación donde podríamos descansar, resultó ser un aula vacía con carpetas y mesas, Roy quedó tendido encima de una mesa, como un paquete.

Pensamos que también sería bueno descansar, Carlitos había prometido seguirla con nosotros la mañana siguiente, sólo entre los íntimos. Pepe de inmediato se acurrucó en una carpeta y trató de dormir en esa incómoda posición, para mi suerte encontré una manta que tendí en el piso, apagué el foco del aula y me acosté sobre ella, todo quedó muy oscuro. No había transcurrido más de cinco minutos cuando Pepe me habló.

- Levántate tío, acompáñame a comprar un poco de yerba.

Ya estaba empezando a quedarme dormido, así que no pensaba salir del lugar sino hasta la mañana siguiente.

- No Pepe, Carlitos nos espera mañana, además el barrio es peligroso.
- Estamos armados, párate de una vez.
- No voy Pepe, ni cagando.
- Lo sabía, maricón de mierda, entonces dame mi pistola, me largo solo, no te necesito.

Me levanté en la oscuridad y en un primer instante quise acompañarle, de puro orgullo y también por cariño, pero me arrepentí, era demasiado peligroso el asunto, además estaba la promesa que hice a Carlitos de no irme, intenté persuadirle nuevamente, pero él tenía su decisión final, no me quedó más remedio que entregarle el arma.

- Tómala, cuídate loco de mierda.

Ni bien me di la vuelta para volverme a acostar, sentí una patada lanzada con tal fiereza que me tumbó de inmediato al piso, fue terrible el dolor que comencé a sentir, nunca me habían golpeado de ese modo, fue tan brutal que no podía respirar, una rabia incontenible se apoderó de mí.

- Puta madre, no puede ser - alcance a susurrar.

Doblado por el dolor logré voltearme para gritarle algo sin poder siquiera gesticular una sílaba; con espanto fui testigo de una escena macabra, Pepe sonreía, satisfecho, parecía que verme retorcer de dolor le producía placer, fue indescriptible mi indignación. De pronto cambió de aspecto y se volvió indiferente, como si estuviese solo, se dirigió a la puerta con la intención de marcharse, hubiese dado la vida en ese instante por impedírselo pero las fuerzas me habían abandonado, se detuvo al sentir que golpeaban a la puerta con desesperación, entonces se dirigió con calma a la carpeta donde estuvo acurrucado y volvió a esa posición, bastó unos segundos para quedarse dormido, ni siquiera pestañeó cuando derribaron la puerta.

Yo seguía intentando decir algo cuando prendieron el foco de luz y me levantaron quienes acababan de entrar, por fin comprendí porqué no podía hacerlo, la patada había destrozado algo en mi interior y la sangre que manaba de mis entrañas me ahogaba, lo sentía ahora claramente, pues tenía la boca llena de ella y fluía por entre mis labios. Carlitos era uno de los que derribaron la puerta, al verme transformó sus gestos en espanto, se cogió la cabeza y con lágrimas en los ojos trataba de encontrar una explicación a lo que presenciaba, mientras los otros con gran prisa me sacaban del lugar para conducirme al hospital que estaba a escasas cuadras.

- ¿Una patada puede hacer tanto daño?
- Claro que no, Toño, me había disparado por la espalda, pero me negué a creerlo.
- Talvez fue un accidente.
- Le vi sonreír.
- ¿Cómo lo hiciste en la oscuridad?
- Lo hice Toñito, tengo su mirada y sonrisa caladas en mi ser.
- Te creo, por Dios que te creo.
- ¿De verasToñito?
- Era lo que quise contarte aquella mañana, fue un presentimiento y quería advertirte, lo había visto en un sueño, el horrible hospital, me llevaban allí en tropel pero no era yo el herido sino tú, sangrabas mucho, te habían disparado, cuando llegamos estabas muerto, y el tipo con el arma aún sonreía, se que lo hacía aunque no pude ver quien era.
- Si me lo hubieses contado… Fue el destino, querido JOSE ANTONIO, sólo eso…


Pobre Toño, así le llaman todos, me gustaba decirle Pepe. No pudo verse sonriendo. ¿Acaso podemos ver nuestras miserias? También prefiero soñar que al remordimiento, a la conciencia. No sé hasta cuando y cuantas mañanas más repetiremos la escena, es su castigo, el mío, el nuestro, el destino. Tampoco sé cuánto tiempo ha pasado desde aquella vez, luego el alcohol y las drogas fulminaron a mi amigo; ya no tengo esa noción; y mientras todos sienten repulsión por él, yo le acompaño cada mañana en su diálogo imaginario, en su demencia, mientras camina harapiento, sin culpa ni reproches, por la ciudad de la furia.

Texto agregado el 06-05-2004, y leído por 166 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-05-2004 Esto estuvo bueno, el texto me atrapo, imagine a pepe entre las sombras y me acorde de mi en mis nochesitas de juerga con los amigos, tremenda imaginacion eh, escribe miles de cuentos mas hermano. aramis
 
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