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Eran malas las noticias. Francamente malas. Los muchachos se movían sin tino, entrando y saliendo, saliendo y entrando, atisbando de rato en rato, a ver si alguien venía con nuevo mensaje o si nos llamaban al teléfono de la casa grande. Eran puros nervios, no era necesario ya, se sabía todo lo que hacía falta saber: Un accidente fatal, un descarrilamiento. La camioneta resbaló, bajando de las lomas de Palo Alto, rodando por el precipicio. Me fui a arrinconar en una de las esquinas de la casita, recostando la espalda en la pared pelada y dejándome llevar por la propia gravedad del cuerpo hacia abajo, depositando las nalgas en las baldosas tibias del piso. Necesitaba poner en orden algunas cosas en la cabeza. No lograba pintarme la escena. No siempre es posible llegar a ser los otros y saber, por ejemplo, qué se siente rodando cuesta abajo sin control ninguno, en un vehículo cerrado, lleno de gente y con el inútil volante en las manos. Sólo esperaba – esperábamos- que no fuera Enrique uno de los fallecidos. Ahí, en ese punto, las noticias eran contradictorias y poco precisas. Aunque nadie lo iba a admitir y se hubiese armado una de esas grandes discusiones en las que éramos muy expertos, si lo hubiera meramente insinuado, todos los que ahí estábamos, lo era por Enrique. Claro que conocíamos a los otros que andaban en la aventura, claro que nos preocupaba saber de ellos y claro que no les deseábamos mal alguno, pero era por el amigo que veía esas caras compungidas y esa imposibilidad de estarse quietos: movimiento constante, locomoción incontrolada.
María ya había salido con uno de los choferes de la compañía, hacia el lugar y esperábamos, muy inquietos, su llamada para saber qué debíamos hacer a dónde ir, en qué podíamos ayudar. Con ella era distinto, no me daba trabajo colocarme en su lugar. Su llanto, su desesperación, no lo dejaba todo claro. Yo sabía un poco más. Sabía del mal momento en que estaba su relación con Enrique. Sabía de sus discusiones y de sus decepciones. Así que no era especular el pensar que Ella no sólo llevaba la congoja producida por la noticia del accidente, si no también su desazón por lo aciago del momento. ¿Quién sabe qué cosas terribles le habría dicho antes de irse a una aventura de la cual ella no era parte? No debí dejarla ir sola, hubiéramos podido conversar en el camino. Llamó, finalmente, cuando ya ni sabíamos dónde más ponernos. Estaba llegando a la ciudad, así que nos movimos rápido hacia la clínica. No se le entendía mucho por la distorsión a causa del llanto, saqué en claro que Enrique era uno de los heridos y que Ruth, pobrecita, era la única occisa. Lástima, de veras, queríamos mucho a Ruth. El cuadro era bien feo cuando empezaron a llegar las ambulancias al centro médico. Nos dedicamos, por turnos, a ayudar, a trasladar a los heridos a la sala de emergencia y a consolar a los familiares, aguantando nosotros las lágrimas porque no se nos estaban permitidas. Entonces sucedió. Totalmente inesperado. Ayudaba a cargarla desde la camilla al salón de emergencia cuando el movimiento, o la brisa, hicieron que se levantara la bata de hospital con que la habían mal cubierto. Tuve yo, nadie más, la esplendorosa visión de su pubis. Fue sólo algunos segundos, como para no olvidar, pero la culpa no me dejaba. Deseché la visión que persistía impúdicamente, detrás de mis párpados. Tuve el cuidado de restituirle la bata y darle un poco de consuelo, deslizando mis dedos por sus cabellos, casi como para acabar de enterrar la obstinada imagen de su sexo.
Lo demás también se fue muy rápido, antes de darnos cuenta, estaban todos en sus habitaciones recuperándose. Recuerdo la férrea vigilancia que apostamos en los frentes, para que no hubiese más molestias que las entendibles. Logré aislar a María en algún momento, para intercambiar algunos párrafos. Me alegraba de saber cómo el accidente había hecho cambiar las perspectivas, cómo habían dejado de ser importantes ciertas magnificadas pequeñeces. Por demás, Enrique se recuperó estupendamente aunque le quedaron algunas secuelas.
No creo haber hablado del asunto con nadie, demasiado embarazoso para mí. Pero algo debí decir, algo debí comentar. Un final de tarde, mientras preparaba mi cena, oí que tocaban a la puerta. Bien extraño, cualquiera de los habitués habría sabido que, si esas no estaban abiertas, la estarían las que dan a la otra calle. Tengo puertas que dan a las dos calles de mi esquina. Normalmente las dejaba abiertas todas, cuando estaba en un ala de la casa, como ahora, sólo abría las del lateral correspondiente, no vaya a ser cosa. Salí a ver quien era y allí estaba. No creo que notara mi sorpresa, soy bueno en eso. “Ven, estoy preparando cena” le dije. Me siguió, pero no hasta la cocina, se quedó parada en medio de los dos ambientes, espléndida. Debo haberle dicho cualquier cosa sobre mi preocupación de que se quemara lo que tenía en las hornillas y procedí con la cena, como si fuera lo más natural del mundo que ella estuviera ahí. En cambio, estuve muy atento a todos sus movimientos: deambulaba de un lado a otro. Cerró las puertas; antes que por el ruido herrumbrado de las aldabas, me di cuenta por la variación en la intensidad de la luz. Cuando volví con los platos en las manos, Ella estaba parada donde la había dejado, ahora desnuda, con el vestido caído sobre sus pies. “Mírame” dijo. Busqué sus ojos... Sí, estaba de vuelta... Era un hermoso canto a la vida... ¿Por qué conmigo? No era tiempo de hacerse preguntas estúpidas. Dejé los platos en la mesa y la tomé de las manos, “ven” señalándole la hamaca, ya no me preocupaba si notaba mi embelesamiento, mis manos frías. Tenía sábanas limpias en la habitación, tendí una sobre su cuerpo de chocolate. Antes de que se marcaran sus formas, levanté la tela como si yo fuera el viento, para constatar, mirando de través, cuán indeleble se mantenía esa obstinada imagen de su sexo en mis sueños eróticos. Ahora sí que la miré, entera, sin culpas, conciente de que ya no habría fantasmas que me persiguieran.


santo domingo, junio2004

Texto agregado el 02-11-2008, y leído por 263 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
09-12-2008 Para reflexionar mucho. piara
14-11-2008 Todo lo que signifique muerte tiene en mi una gran recepcion..este texto no es precisamente una excepcion..me ha gustado ese final. Saludos. Mildemonios
04-11-2008 Quedé confundido ¿a quien le miró el pubis fue a Ruth que estaba muerta? No pudo ser Maria pues ella no era de los accidentados ¿ o si? Hay comas mal puestas que no permiten que corra bien tu narración, te recomiendo que le pidas a alquien que lea tu texto en voz alta para que puedas corregirlas. dinosauro
02-11-2008 cooo 4*. cooo
02-11-2008 Fresco y lindo. Felicidades dolordebarriga
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