Esa criatura, aquel ente maligno y horriblemente hostil, se rehusaba el abandonar pacíficamente mi espalda. Le amenacé con descuartizar sus miembros, porque ya tenía suficientes animales a cuestas [entre ellas un cerdo, una gaviota altiplánica y un castor], pero seguía en su absurda obstinación de aferrarse con más fuerzas a mis pálidas y larguiruchas extremidades. Decía además que no tenía razón para quejarme, que tenía a muchos clones en las espaldas de todas las personas y todas ellas debían caminar curvas. Mientras sus cabezas estuvieran más cerca del suelo, él siempre gozaría de una felicidad absoluta. Así es la vida, me dije. Pero descubrí que al salir del mundo irreal, la criatura se iba destruyendo lentamente. Primero sus garras, patas y torso. Luego su tronco y brazos caían como excremento al suelo. Ya en el ocaso de su existencia, solamente se afirmaba de mi nuca con sus colmillos y algunos otros dientes sueltos… Cuando el último de sus molares cedió ante mi nueva piel, lo oculté bajo mi almohada esperando a que todas las heridas dejadas por su estadía cicatrizaran…

…Y solemnemente me despedí de él

Adiós, señor Miedo.