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Te preguntarás el por qué de esta carta, la razón de mi misiva. Es para hablarme de ti y de los desvaríos que todavía atormentan mis noches grisáceas y mis días tristes.
Déjame decirte, que a pesar de todo, a pesar de tantos años, de tantos cuerpos bajo la noche callada, aún todavía suspiran mis sábanas anhelando el tacto de tu cuerpo, mis manos temblorosas e inciertas todavía recorren la efímera silueta que divaga en mis sueños prohibidos. Sé que ya no existe un nosotros, que eso ya es parte de una historia anónima y miradas acusadoras hacia la pared. Sin embargo, a veces el café tiene tu aroma, y a veces, el viento me susurra tu nombre mientras la lluvia besa mis labios. A veces te escribo canciones y poemas, aún sabiendo que tú nunca los leerás. Sé muy bien que ya no me amas, pero sin embargo no lo comprendo. Es difícil amar una idea y aún más difícil aceptar que solamente serás un monumento a la tristeza y a la melancolía que me invade por las tardes, mientras observo el horizonte infinito y el ocaso se vuelve interminable y a la vez, tan breve, igual que nuestra historia.
Las olas me trajeron el perfil de tus formas a la distancia, el sabor a sal en mis labios y los acordes de una canción desconocida; las risas marchitas, aquella bicicleta desvencijada, mis ropas sucias y tus claras pupilas. Sé que el pasado a veces resulta un invitado incómodo, pero no puedo evitar recordarte para olvidarte al instante siguiente. Quizá tú no me recuerdes. Tal vez solamente sea un rostro borroso, o quizás un destello nocturno bañado en incertidumbre y arena mojada.
La playa sigue igual, a excepción de algunos instantes perdidos en el tiempo y algunas gotas de pasión y amargura. Tu dibujo sigue intacto, inmaculado y abstracto; los trazos en carbón y tinta mienten, al igual que mis palabras vacías y tu cabello dorado. El silencio y mi pluma preguntan por tu ausencia y por los surcos en mi piel, yo les hablo de ti y de versos perdidos.
Sí, aún tengo por costumbre mirar al cielo. Hoy se asemeja a un pergamino manchado de lágrimas de luz y voces impávidas. Ya no es el mismo. Hoy no canta tus plegarias. Ya no queda nada. Tan sólo polvo, dolor y mariposas de papel. Nuestra historia se volvió cenizas y tú, cristal azulado e indiferente.
Hace frío, pero no me hagas caso, tú sigue durmiendo.

****
 
Un par de chicos que contemplaban la escena parloteaban entre sí.
- ¿Lo viste? – Dijo el primero.
- Sí – Nadie sabe a quién le habla.
- Pero viene todos los años este mismo día, ¿verdad? – Murmuró.
- No sé, a veces no se aparece – Contestó la chica.
- Ya – Musitó.
-Vámonos, es tarde ya – Anunció él, con voz apagada y sobria
- Está bien – Dijo ella, y tomándose de las manos, desaparecieron con el atardecer.

El acantilado permanecía indiferente al tiempo y a las edades. Abajo, las ondas del mar chocaban impetuosamente contra la pared rocosa, y la carta jugaba con el viento en derredor de las blancas espumas oceánicas. Por un instante, para luego desvanecerse en el crepúsculo creciente.

Texto agregado el 02-11-2008, y leído por 115 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
02-11-2008 Buena historia. 5* Azel
 
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