Cojera del alma.


Decidí irme de casa a recorrer el mundo, mi juventud alborotada me reclamaba más aventura en aquella monotonía de vida que solo exigía certezas de calificaciones aprobatorias. Así que hice mi equipaje de sueños, ilusiones y deseos enormes de experimentar a tope; con juergas, parrandas y amoríos baratos que se compran por noche y se pagan con resacas o con alguna enfermedad venérea. Le pedí a mi vieja mi herencia por anticipado creyéndome en justo derecho de exigirla, ella como buena madre me miro con inmenso amor y ternura. Para no sacrificar ningún bien de la casa se metió a su cuarto y me dio un hermoso y costoso collar de perlas; heredado desde hacia cuatro generaciones, que tenia reservado para cualquier emergencia, aquello no lo era, pero su amor de madre quiso entender que si, me lo dio diciéndome que con el me alcanzaría para pasarla bien algunos años, si sabia ser administrado, ni siquiera escuche sus consejos, me parecían demasiado empalagosas sus recomendaciones, yo solo quería salir de ahí, irlo a vender de inmediato y meterme en la primera taberna de mediano ambiente y comenzar a saciar mis ansias juveniles, y darle rienda suelta a mi lujurioso desenfreno, por que me sentía con derecho de disfrutar de la vida y beber a tragos largos de todo lo que ella me pudiera dar.

Con la bolsa repleta de dinero y sin tomar previsiones, me deje llevar por la vida; entre vino, amigos falsos y amores de alquiler, pase las primeras semanas embotado en el espejismo de la irrealidad, ni siquiera hice lo mínimo razonable como alquilar un lugar para vivir, cualquier rincón o taberna me servían para dormir, al fin y al cabo lo que importaba era gozar. Aquella pequeña fortuna me sirvió para navegar por el vicio por seis meses, al cabo de los cuales la realidad me encontró en la calle: desnutrido, solo y mendigo, mis amigos ficticios se burlaron de mi en cuanto les reclame su correspondencia hacia mi.

Los amores de alquiler me botaron al verme pobre, y al regresar a casa derrotado y esperando piedad por mi conducta egoísta, encontré un moño negro en señal de duelo por la muerte del único ser que me amo sinceramente, se murió lentamente al ver que su retoño no regresaba y se perdía en el fango de la vida, mis hermanos me echaron de la casa recriminándome mi conducta y negándome cualquier rincón de piedad por mis actos, ahora solo me queda un defecto en el andar por aquellos días de parranda, una infección mal curada me dejo como herencia ese regalo. Mendigo por las calles implorando un mendrugo de pan o de cariño, pero ni lo uno ni lo otro, en mi simple reflexión de gitano, me doy cuenta que desperdicie el amor más grande de mi vida y lo cambie aquel desgraciado día por un collar, cuyo valor material era elevado, pero no valía ni una sola lagrima de la mujer más grande del mundo.