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Creí estar escuchando el teléfono sonar cuando, bañado en frío sudor, volví al mundo real emergiendo a él por causa de un fuerte e insistente timbrazo; cuna de varias migrañas matutinas producidas, en su mayoría, por el molesto cartero. Era mi ‘pequeño hermano menor’ quien acababa de arribar a la ciudad con motivo de dar presente en el casamiento de mi prima Ana Laura, la gorda y loca, esa que todos creían moriría soltera.

Con sus buenas nuevas y un paquete de medialunas bajo el brazo, ni lerdo ni perezoso, no tardó el muy vivo en sentirse como en su casa aunque, al fin y al cabo, así quería yo que se sintiese. No obstante, indignó una parte de mi, hasta ahora, tranquila mañana, causa supongo de pasar una mala noche. Me contó acerca de su relación con María Elena, su tercera esposa, según él definitiva, a quien conoció en la despedida de soltero de José Iván, un de sus tantos nuevos ‘amigo de la vida’. ¿Relación estable? No lo creo, ya que todas sus esposas anteriores las había rescatado de los antros y suburbios por él frecuentados, como si fuese una suerte de ángel salvador de grandes pecadoras.

Más dormido que despierto, simulo cordialidad como si escuchara con total atención sus vivencias y fábulas; un tanto aburridas y otro tanto mentiras, mientras me ahoga con sus lavados mates y atora mi garganta con bizcochos de días anteriores. Mis ojos estaban enfocando los suyos como un perro a total merced de esperar la orden de su amo, pero mi mente no estaba en ese lugar; sólo veía el movimiento de sus labios balbuceando palabras como en una película muda, al mismo tiempo que despeinaba mi escasa cabellera con su áspero aliento, por cierto, bastante desagradable.

Tres fuertes puntadas en mi cabeza se adueñaron de la poca atención que prestaba a mis alrededores y mientras el mismo síntoma casi por automatismo hacía llevas mis manos a las sienes para apretarlas con fuerza, escucho un extraño y desoncertador fuerte timbrazo, esta vez sí del teléfono, que nos hizo sobresaltar como si fuere la detonación cercana de una granada de mano, al mismo tiempo que las molestias desaparecieron súbitamente, dejando en mi cabeza sólo rastros como de punzón. No sé por que, al escuchar el segundo timbrazo, tuve la sensación de hallarme distante y lejano de aquel sombrío y extraño lugar, como si el primer ‘riing’ estuviese preparado para sonar con semejante y abrumadora intensidad. Será nuestro sexto sentido o algo por el estilo como el afamado ‘me late que...’, pero intuía el sonar con noticias negativas.

— Rodrigo?.. ¡Rodrigo sos vos? ... ¡Rodrigo contestame!.. Rod —Y eso fue todo.

La noté muy preocupada y con una tensión poco común en ella. Tal era la tensión en el aire, que no me dio tiempo siquiera de emitir palabra alguna por atónito que me encontraba. De algo estaba seguro: era la voz de Ana Laura clamando frenéticamente por mi hermano. Notable era su desesperación sin necesidad de dar señal de posible alerta. Se la escuchó exhausta y tambaleante a la vez, como si en esas escasas palabras intentara hilvanar alguna especie de código de urgente ayuda.

— Quién era?.. Preguntó mi hermano.
— No sé!.. Exclamé. — cortaron sin poder preguntar...

No lo noté muy convencido de mi frívola improvisación, de hecho me estaba incomodando la penetrante mirada de un frío rostro que no parecía ser el de mi hermano, como si tal mirada tratara de descifrar en mí, algún secreto de su interés. Pero... por qué era yo ahora quién se mostraba misterioso? Era yo quién ahora estaba ocultando algo? Algo de eso, había. Pero... con que objeto? Y por qué? Tranquila y disimuladamente emigro de habitación con la excusa de alistarme para mi chequeo odontológico anual, mientras le ofrecía quedarse en el albergue hasta mi regreso de la supuesta cita.

Me encuentro en la habitación ya con más intriga que sueño. Me agobiaba la ansiedad del misterioso llamado. Quería comprender cuál fue el fin y porqué ese medio. Por qué Ana Laura llamaría a mi casa preguntando por mi hermano como si supiera con antelación que él estaría allí? Por qué nuevamente esa maldita corazonada de desgracia? Por qué diablos no tomaba la bocina del teléfono y evacuaba mis dudas?.. Pero nada. Sentado en mi lecho, sólo miraba el teléfono descansar...

Perdí la noción del tiempo y un tanto del espacio antes de decidirme a llamarla para corroborar su estado, como si supiera que algo nefasto estaba por ocurrirle. Uno... dos... tres... cuatro... cinco... y antes de iniciarse en timbrazo seis, en un profeso pero logrado intento por cortar la intervención del contestados automático, se descuelga la bocina del otro lado, para luego contemplar:

— aargh..! —Y silencio...

Cuando procuro recomunicarme en numerosos intentos al mismo destino, el tono de ocupado irrumpe mi persistencia. Definitivamente algo andaba mal. Salí corriendo de la habitación para informarle a mi hermano que algo no concuerda en todo esto, aunque ni siquiera sabia realmente ‘que era todo esto’. Por qué iba yo a rendirle cuentas a mi hermano cuando su nombre fue exclamado al otro lado del teléfono, haciéndolo partícipe de tan indescifrable misterio? Pero el silencio reinaba en el albergue, causa de que mi hermano ya había abandonado el lugar y sin excusarse por ello.

La absoluta intriga de tal situación iba tomando mi mente a velocidades aterradoras, a tal punto que ya ni recordaba porque había dormido tan mal. De hecho me encontraba más despierto que nunca como si fuera café, lo que por mis venas circulara. Jamás tuve los ojos tan abiertos como ahora. Todo era tan esotérico que ya la noción del tiempo no importaba porque de hecho ni siquiera sabía dónde me encontraba parado. ..¿Era este mi espacio? ..¿Era este mi lugar? Todo parecía extraño en un lugar donde nada encajaba. En absoluto, nada encajaba... pero con qué?

Sin más pensar sobre desgracia alguna y totalmente decidido a visitar los pagos de Ana Laura, hacia allí me aventuraba. Pero cuando abro la puerta para salir, un grotesco bulto me toma por sorpresa: era Ana Laura, empapada un tanto en sudor y otro tanto en secas lágrimas. Con una desgarradora expresión en su rostro y un tembloroso habla, me rodea la nuca con su tosco brazo, forzándome a ingresar nuevamente. Una vez en mi morada; se expresa:

— Lo siento muchísimo... en serio...
— ...de qué!? Qué te pasa Ana?—Interrogué
— Cómo... no te llamó el forense... no sabés nada?
— Qué forense... de qué me estás hablando... qué pasa?

Un mar de lágrimas emanaban sus ojos como pidiendo hidratación aquellas que ya estaban secas. Lo que en su cara se exhibía sumado a su entrecortada comunicación, me transmitían una tensión tal que producía en mí, todo tipo de extrañas manifestaciones corporales, excepto saliva para poder tragar lo que parecía arena en mi garganta; arena producida por tan siniestra situación.

— El micro... el micro en el que venía Rodrigo... cayó al río Colastiné... nadie sobrevivió... nadie...

Absoluta falacia. Dogmática injuria. Sabía que mi hermano había estado en casa. Yo lo vi... yo estuve con él. Pero, por qué no reaccionaba a tal noticia? No podía explicármelo. Helado. Perplejo. Mudo. Completamente desconcertado y sin saber que decir, me dejo desvanecer abruptamente: choco de rodillas contra el robusto suelo de concreto; al mismo tiempo sólo escuchaba a mis espaldas los repetidos lamentos de Ana Laura:

— Siento mucho todo lo que pasó... lo siento... y siento mucho lo que pasará...

Sin tiempo de levantar la cabeza para mostrar reacción a tal acotación, una irritante soga de notable grosor rodea mi cuello ahorcándolo con la fuerza de mil tigres, haciendo que cualquier intento por zafar sea en vano.

Y es allí, extrema situación, cuando todo parece pasar en una fracción de segundo: la supuesta visita de mi hermano, el supuesto llamado telefónico, la grave noticia portada por Ana Laura, sumado a la total desconcertación, produjeron en mi un lento reaccionar sobre la neta realidad: Ana Laura ya se había casado tiempo atrás y mi hermano ya había regresado a sus pagos, entero y a salvo, ya que una postal por su esposa enviada así lo corroboraba.

Dormido pero consciente, vagando por el famoso “estado alfa”, sólo tenía que proponerme despertar y rápido antes de sofocarme solo, únicamente para darme cuenta que todo lo por mí vivido, fue mero producto de mi inquieta mente; fábrica de fantasías y sueños, percatándome que en esa fría mañana y encobijado hasta el cuello, sólo me acompañaban fulgores, truenos y una intensa lluvia que caía sin cesar.-

FIN

http://www.flickr.com/photos/luseja

Texto agregado el 01-11-2008, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


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