Dice una y mil palabras, que chocan unas con otras, que tiene miedo y que duele, tan adentro que no lo entiende; que de tanto decir adiós se le van a gastar las lágrimas, y que al ya no poder llorar no tendrá nada más que hacer. Y me mira con esos ojos igual de cafés que los de la mitad de Chile, pero que brillan, y lo hacen tanto, y con tanta tristeza y con tanta rabia, que parecen ser mucho más oscuros. Son tantas las palabras, que me atropellan y me dejan mudo, inmóvil y sin saber que pensar.
Y llega aquel momento en que me veo forzado a responder algo, en el cual, sin importar el que no haya entendido siquiera la mitad de lo que dijo, tengo que hablar, y dar una respuesta real, porque no habrá otra oportunidad de ser sincero, de actuar con honestidad, y sobre todo, de que ella me crea. Y, ¿qué hago yo? doy un par de pasos, la miro directo a los ojos y las palabras salen solas: Yo estoy contigo, siempre estaré contigo.
|