A veces me pregunto: Cuando se emprende la aventura individual, ¿se está abandonando invariablemente algo más valioso?
Y si ése fuera el caso, ¿será legítimo un juicio de valor al respecto?
Vivir quiero conmigo,
Gozar quiero del bien que debo al Cielo,
A solas, sin testigo,
Libre de amor, de celo,
De odio, de esperanza, de recelo. (1)
Viajas al sur argentino. Más allá de San Martín de los Andes, en el camino a Villa La Angostura, se encuentra el Lago Escondido. Llegas a él por una senda, que desemboca en una pradera, donde campea la gramilla y se adivinan pequeñas y dulcísimas frutillas silvestres. Una casa de madera, gris, amplia, el humo que despide la chimenea la denuncia habitada. Dos perros juegan en la entrada. Hay vacas, caballos y ovejas pastando en los alrededores. Y patos, gansos y gallinas se pasean cerca del corral. Algún gato se cuela por una ventana, buscando el calor interior. El rumor del río Escondido, efluente del lago, se aleja por donde llegaste. A unos cien metros, otra cabaña de troncos. Tu casa. Bajas en ella con tus bártulos (valijas con ropa, provisiones, computadora, libros y más libros. Equipo para pescar. Música, enorme variedad de ella). En los dos ambientes vas desparramando las cosas. Al rato la chimenea alegra la sala de estar con fuerte luz anaranjada. Te acercas hasta el lago. El cielo nublado platea con calmoso brillo su superficie. Piensas que más tarde podrías probar suerte y quizá traer alguna trucha para la cena. El ruido de las pequeñas olas, acompasado, confía el agua cristalina a tus pies, entre los pequeños canto rodados. Un pájaro enorme levanta vuelo desde un árbol cercano con ruido sordo. Alguien se avecina caminando. Es el dueño de casa que te da la bienvenida.
Recostado en un desvencijado pero cómodo sofá, tomas café oscuro bien caliente, que empaña los cristales de los anteojos al beberlo. Lees algo breve. Alguna serie de retazos, tropos o vitrales, y en el aire flamea alguna Suite de antiguos aires y danzas de Respighi. El calor de la chimenea juega en tu pierna, y te vuelves hacia las llamas buscando la caricia en la cara, en el pecho. Te quedas dormido.
Un gato pequeño te despierta con sus maullidos lastimeros desde el piso. Te incorporas para alimentarlo; lo mismo haces con el fuego, que recupera su esplendor. Te preparas ese brebaje mágico que llamas mate, y curioseas por la ventana de la cocina. El bote y las truchas aguardan allí afuera. Te vuelves con la bombilla en la boca. Chupas con energía observando el fuego, la mesa, los libros, la computadora. Saltas con la imaginación fuera de ti mismo, y contemplas a través de la caja tu bullente contenido. ¡Tantos textos te están esperando allí! Luego podrías conectarte, hablar con amigos por el MSN, revisar lo hecho en La Página, y poner algo nuevo tal vez...
El vecino se acerca cargando el equipo de pesca. Recoges el tuyo y sales, con el termo y el mate en el bolso. “Hay tiempo para todo”, recitas con deleite. Mientras el bote avanza sobre el espejo con suaves golpes de los remos, aspiras el aire con avidez, a narices llenas, y un relámpago cruza tu caja erizando su contenido: “¿Tengo derecho a darme el lujo de esto, cuando...?”
Pero la respuesta no se tarda, rápida y contundente. Viene casi desde el borde del lago, donde la sombra de la colina boscosa se eleva y cubre el sol de la tarde, dando cobijo a un grupo de truchas que, alegres y voraces, corcovean en el aire una y otra vez, rompiendo el espejo que las atesora. Te vuelves, y tu compañero sonríe y asiente, virando el bote con un golpe de remo. Con ansiedad nueva, preparas los anzuelos para el primer lanzamiento.
Me celebro y me canto a mí mismo,
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti.
Porque lo que yo tengo lo tienes tú,
Y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
[...]
Si no me encuentras en seguida,
No te desanimes;
Si no estoy en aquél sitio,
Búscame en otro.
Te espero...
En algún sitio estoy esperándote. (2)
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(1) Silvas, de Luis de León, 1527-1591.
(2) “Canto a mí mismo”, W.Whitman, trad. de León Felipe. Ed. Losada Bs.As.)
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