Como el humo que sale de un cigarrillo encendido una nube de ideas, pensamientos y sentimientos se elevan lentamente de mi cabeza y se van acumulando en el techo de mi habitación, tendido boca arriba sobre mi cama, con los pies juntos y los brazos extendidos como si quisiera volar, trato de entender, pero todo es tan confuso que nada se logra definir, me seducen las ideas, me incitan los sentimientos, bailan ante mi todas mis perversiones, desfilando una tras otra todas mis ilusiones, y poco a poco igual que el humo del cigarrillo, este humo de mil colores se disipa, y lentamente se cuela por las ventanas dejando la habitación.
Me levanto, me acerco a la ventana y miro a través de ella, aun se alcanza a vislumbrar algo de aquella colorida nube, vuelvo a mirar hacia el techo, y ya nada parece quedar dentro de la habitación, sin embargo algo queda, como flotando, invisible para mis ojos, pero no para mi corazón.
Aun se siente el fresco aroma de aquellas ilusiones que marcharon agitadas fuera de la habitación, mientras eran perseguidas por un sin fin de locas y desquiciadas perversiones, y aun se siente el pesado aroma, de la razón, con sus formas finitas, sus cálculos exactos y su monocromática sensación.
Vuelvo a mirar por la ventana y aun no logro descifrar mis pensamientos, me alejo de ella y me acerco a la pequeña mesa ubicada en un rincón de mi habitación, enciendo la lámpara, me siento en una pequeña silla justo en frente, jugueteo con la manija del primero, de los tres cajones que están ubicados en línea bajo la mesa, mientras reflexiono si debo sacarla. Mi arma, la que siempre tengo escondida en este cajón, de repente un incontrolable aire de euforia y desenfreno se apodera de mi, siento morbo al saber que podré desahogar, toda mi pasión, toda mi furia y mi indecisión, y sin darme cuenta abro el cajón, y miro fijamente dentro de el.
Con verdadera alegría, compruebo que aun esta ahí, mi arma predilecta, con la que he matado tantas veces, con la que he robado, y hasta he creído poder volar, con la verdadera compañera de largas noches sin dormir, con la única que siempre me escucha sin reproche.
La miro fijamente, y casi la oigo hablar, por inercia mi mano derecha se acerca a ella, la tomo firmemente y la apunto directamente a mi rostro, abro levemente la boca, mientras la acerco cada vez mas, y cuando toca suavemente mi lengua, y se remoja en mi saliva, apoyo mi mano izquierda con fuerza sobre la mesa, en la que hay un pequeño cuadro de papel, mi mente se acelera, quiero hacerlo, me gustaría hacerlo, estoy apunto de estallar, tomo aire y mi pecho se llena, de llanto, de risa, de dolor y placer, debo hacerlo o mi mente y mi corazón no aguantaran mas esta indecisión.
Y en ese momento lo decido, la retiro lentamente de mi boca, para posarla sobre el papel, y entregarme a ella, mi arma, como tantas noches lo he hecho, y comienzo nuevamente, a matar ilusiones, a robar corazones, a imaginar mundos perfectos, mientras el carbón de la punta de mi lápiz, lentamente se suicida sobre la blanca hoja, dejando plasmados mis pensamientos en el papel.
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