Una galería de cadáveres, un calvario de voces ausentes y las flores del dolor marchitándose, fue el rincón elegido por alguien que acorraló a la lluvia y la olvidó allí, para siempre. La eternidad propone tareas interminables, como es la de tallar, una por una, cada gota con arabescos y luego bañarlas en oro y miel. De vez en cuando viene el viento de visita, pero el arcángel Gabriel, se encarga de revisarle los bolsillos a la salida. Mientras tanto la lluvia sigue allí, condenada a pasar sus días sin poder besar la tierra.