En el bar de Miguel siempre están los mismos. La luz grisácea, las paredes de un crema verdoso y a media altura, una “zocalada plastiquera” imitando madera, que nos lleva hasta un terrazo blanco y negro, lleno de cáscaras de gambas a la plancha, de mejillones al vapor, berberechos, almejas, caracoles, colillas de cigarros entre servilletas de papel hechas un bruño, todo alrededor de los taburetes agrupados, sobre los que se sientan, como dejados caer, los mismos de siempre.
En una mesa contigua a los taburetes, se desarrolla la eterna partida de mus entre los cuatro viejillos contrincantes de toda la vida. La llevan jugando desde que se inauguró el bar, hará unos 20 años. Siempre discutiendo: “¡Pero quién te manda echar un órdago a chica! ¿Qué no me has visto la seña?”.
Sobre la mesa; “¡Miguel, tráenos lo de siempre!”. Carajillo para Sebas y Luis, el Torres para Tomás y el sol y sombra de Hugo. Los de la barra sobre los taburetes son todos de cerveza, eso sí, con sus aceitunas aliñadas o sus boquerones en vinagre. Hay quien se atreve con unos callos, incluso con unas bravas de Teresa, la mujer de Miguel. Pero por norma general, se toma lo de siempre, incluso el borracho que se cuelga de la barra todos los días con su chato de tintorro y siempre dice: “Yo escribía cuentos y lo hacía biiiieeen” y los todos ríen mientras lo dice. Se saben aquella frase de memoria.
Sí, allá se encontraban todos los días después del trabajo o después del paseo vespertino de los jubilados. Y que les voy a decir de las conversaciones, debates y discusiones deportivas o políticas. ¿Las mismas de siempre?. Lo curioso es que corrían a aquel local huyendo de la rutina diaria…
Nadie les advirtió que un día aquello no iba a ser lo de siempre. El jueves 3 de julio del 2003 fueron al bar, como siempre, pero todo estaba distinto. El ánimo, las caras, los susurros. Nadie hablaba, no había partida de mus, ni carajillos, ni tapas.
Julián, uno de los que siempre había ido a aquel bar, no pudiendo resistir sus celos, la soledad, el abandono, no sabiendo amoldarse a los cambios de una vida menos cómoda, menos amable, no encontró, no buscó, no quiso saber que había otras alternativas antes que matar a su exmujer.
Hubo quien preguntó; ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo?. Pero realmente esos detalles no interesan a esta historia. Permítanme ahorrarles la fotografía escabrosa del asesino y la víctima.
Lo único que nos puede interesar, lo contó el borracho que siempre decía que escribía cuentos. Aquel día parecía estar un poco más sobrio de lo habitual;
Era sé una vez “La Vida Se Deja Llevar”, se dejaba llevar por lo de siempre, que le marcaba el ritmo y los horarios de cada día. Andaban por el mundo cogidos de la mano y eran moderadamente felices, o creían serlo. El uno al otro se tapaban la vista y la perspectiva. Se les olvidó dar algún abrazo, repartir besos, decir alguna vez te quiero. Cuando algo o alguien perturbaba la tranquilidad de su rutina, respondían agresivamente. No podían ver que lo que tenían alrededor era cambiante, que todo interactúa según nuestra actitud..
Se dieron cuenta tarde, cuando empezaron a desaparecer las cosas por el desgaste, cuando se descolocó todo, cambió de sitio y forma. Nada se encontraba donde había estado siempre.
No supieron reaccionar, no pudieron adaptarse. Ya no podían ser “La Vida Se Deja Llevar….por lo de siempre” y se autodestruyeron.
Este cuento lo escribí antes de ser un alcohólico y después de que mi mujer me dejara. Me gustan los bares, las charlas y las partidas con los amigos. Tarde descubrí que lo de siempre te limita, te pone paréntesis, orejeras y te empobrece… Es una pena que ya sólo sepa hacer eso…lo de siempre..
Todos se quedaron mirando y nadie dijo nada, ni se rió de aquel viejo borracho que siempre decía que escribía cuentos. |