El grito de la obscuridad dio paso a la noche.
Como tintinelas los destellos palidecieron en las carpas. La última poblada mantenía un quiero de claridad en su interior.
Ella, la sancionada del día, terminó exhausta, con sus últimas fuerzas entró en su exilio.
Conocía a mujeres que allí, padecían sus perennes momentos; aquellas que infrigieron las pautas de los hombres.
Ellos dominaban. Su poder era inquebrantable. Sus razones, valederas.
Las comarcas vecinas, también las más lejanas, sabían los reglamentos de aquella estirpe.
Era el reino de los hombres calvos. Su historia remontaba de los tiempos de los grandes vientos.
Leyendas trasmitidas por los de las barbas blancas, constataban que, aquellos, únicos sobrevivientes del gran colapso, constituían la cúspide de la pirámide. Sus calvicies reflejaban las sombras del sol.
Toda mujer, que, al igual que ella, convirtió la vida de su hombre en frustrada, obligó su partida. Estaba declarado, su vuelta considerada vedada.
Allí, cruzando el río, las víctimas mujeres, pertenecían a otro mundo, el mundo del final consumado.
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@surenio
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