Lo que le dijo cuando creyó que moría
Cuando llegó, pudo ver un tumulto de gente, que se movía preocupada ante el cuerpo ensangrentado. Se asomó entre ellos, quería ver que sucedía, hasta que entre dos hombres, no más altos que ella, pudo reconocerle. Era su rostro, con rasmillones, con sus lentes rotos y su camisa rasgada por el rojo de la sangre que fluía sin parar, nadie lo acompañaba y al contrario, todos parecían mirar un espectáculo.
El verle tirado, fue un golpe al corazón, como si por dentro a ella misma la hubiesen arrollado. Por una fracción de de segundo, no supo que hacer, lo vio convulsionar y buscar entre los rostros curiosos alguien en quien afirmar la mirada y hasta, tal vez sonreírle, pero simplemente volvió el rostro al cielo y siguió temblando. No podía pasar entre la gente, parecía no tener fuerzas, hasta que un gemido de él la fortaleció entre el miedo y la pena.
-¡Daniel!- Sollozó, haciendo con sus manos palanca para abrirse paso entre las personas.
– ¡Dani!- Volvió a decir entre sollozos y con lágrimas en los ojos se puso de rodillas junto a él.
– ¿Que fue lo que pasó?- Interrogó mientras con las manos le tomaba el rostro con delicadeza tratando de desviar su vista que estaba fija en el cielo despejado.
-No lo vi venir, es que estaba mirando por si venías.- Respondió moviendo las manos como tratando de indicar algo que no estaba ahí. –Traje el trabajo.- agregó con la mirada algo desviada, ahogándose en un pálido color.
-Si, si, yo también.- Respondió ella entre sollozos. –¡Traigan una ambulancia por favor!- Gritó desesperada, entre lágrimas. –Traigan una ambulancia…-
-Rut, Rut, no los llames, estoy bien, de todos modos ya me voy.- Dijo interrumpiendo su desesperación con su sollozo.
-No, no, tú no te vas a ningún lado.- Respondió ella llorando. –Es que no me puedes dejar aquí… no puedes irte. Somos amigos, ¿lo recuerdas?- Protestó tomándole las manos.
-No, no somos amigos.- Suspiró él. –Que más quisiera yo, que fuéramos solamente amigos. Somos un par de idiotas uno enamorado de el otro y viceversa, yo soy un idiota.- Agregó con el aliento entre cortado y tocándole el rostro le dijo. –Discúlpame, no te quería mentir, eres el ser más extrañamente agridulce y bello que pude haber conocido en mi vida, jamás pensé en enamorarme, pero eres todo lo que no quiero, todo lo que no busco y no pude evitarlo. Y no te lo dije nunca porque te tenía miedo, porque nunca pensé que tú llegarías a estar así conmigo, porque el verte aparecer entre todos llorando por mí, me dio vuelta el corazón.
La sirena de la ambulancia interrumpió la conversación y un paramédico hiso que sus manos se soltasen ella quedó sentada en el suelo mientras lo entablillaban y lo ponían en una camilla, su rostro comenzó a palidecer hasta que el mismo paramédico le pasó la camisa manchada y al mismo tiempo lo subieron a la ambulancia.
-¿Quién lo va a acompañar?, hay espacio para uno.- Dijo el paramédico, pero todos se negaron cediendo el paso a la mujer del vestido, que se pasó largos minutos susurrando cosas con el accidentado, Rut. Ella miró la ambulancia, luego la camisa entre sus manos y subió.
Cuando ya llegaron la hicieron esperar afuera, se paseó por largo rato, leía una y otra vez los afiches pegados en las paredes, miraba a la gente pasar y dejaba que la mirasen, manchada de sangre, y llorona. Hasta que un hombre de traje color Calipso pálido salió, de una puerta igual a las demás, diciendo fuerte. –Daniel Rodríguez, acompañante de Daniel Rodríguez.
-Soy yo.- Respondió avergonzada de ser la única en el pasillo para quien iba la llamada.
-Señorita soy el medico cirujano que atendió al señor Daniel, ¿que parentesco tiene ud. Con el accidentado?- Preguntó el hombre.
-Amigos, doctor, amigos.- Respondió ella.
- Señorita solo le puedo dar información a la familia.- Dijo el médico.
-Pero doctor, no había nadie más, estábamos en la universidad… porfa, dígame que pasó con el Dani.- Suplicó ella.
-Bueno, mire, le salvamos la vida, ahora está estable.
-¿Puedo verlo, por favor?- Suplicó
-Señorita, no puedo.
-Por favor.- Suplicó nuevamente
-Solo 30 minutos.
-Muchísimas gracias.
Al entrar en la habitación, estaba solo, al fondo, en una camilla, conectado a un par de máquinas que no cesaban de sonar. Se acercó con cuidado y se sentó junto a él en una silla, tuvieron que pasar unos minutos antes de que él despertara y notase su presencia ahí, la vió sentada, inmóvil, pálida, sucia por la sangre, su propia sangre.
-¿Que haces aquí?- Interrogó
-Te acompaño.- Respondió
-¿Quién te lo pidió?- Preguntó
-Nadie, vine porque quise.- Respondió perpleja. –Quería saber si necesitabas algo, si estabas bien.- Agregó luego de una pausa.
-Bueno, ya estoy bien, ahora ándate, no te quiero aquí.- Reprochó él mientras la miraba con los ojos más vivos que la ultima vez.
-Pero… ¿Qué hay de lo que me dijiste?- Cuestionó ella con los ojos a punto de estallar en lágrimas.
-Pensé que moría, eso es todo y dije algo para que no parecieras ridícula llorando y susurrando junto a mí.- Dijo con el rostro pálido, los ojos vivos y llenos de algo oscuro y doloroso. Mientras ella poco a poco se alejaba de la camilla
-Tu no te cansas de jugar…- Dijo entre sollozos y se dio la vuelta con intenciones de salir corriendo, pero en un torpe intento resbaló y calló al suelo, golpeándose un brazo con una camilla cercana a la puerta, aunque él a lo lejos hizo el ademán por ver si estaba bien, rápidamente volvió su mirada contra la ventana, ella se puso de pié, se volteó para mirarlo, pero no hubo respuesta de parte de él, entre cerro los ojos para devolverse a cuando le decía lo mucho que estaba enamorado, pero esa imagen parecía perdida y simplemente se fue. Llego caminando a la parada de las micros, lentamente, subió a una y se sentó, entre las manos la camisa manchada, con suerte algún día se la devolvería, pero no sería pronto, quería llegar a su casa, a su cama, a dormir, con la esperanza de olvidar, con la esperanza de no despertar.
Pensó en lo malo que podía ser el querer a alguien y en horrible que debe ser morir, pensó unos minutos y luego deseo volver atrás el tiempo a lo que le dijo cuando creyó que moría.
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