Ernesto era un hombre pequeño, pero grande de corazón. Sentia cada cosa que decia y nunca se esmeraba en aparentar una mejora en su persona.
Cada día lidiaba con el transporte de su ciudad. Con el subterraneo, con el vacío, con la caminata diaria de más de 1 kilometro hasta su nuevo trabajo.
Él no era cualquier persona, él era el tataranieto de Jaime Bonario, el unico sobreviviente de la erupción del 16', el día en que se quemaron las esperanzas de la mitad del mundo, el día en que Santiago y casi toda America quedaron sepultados por la lava.
Nadie sabía como sucedió exactamente, pero los corresponsales europeos dieron unas pistas en los años 20'. No mucho, por los secretos que había que guardar, pero lo necesario para que nuestra nueva cultura floreciera nuevamente como una rosa en el desierto más seco del mundo.
El Nuevo Santiago se erigía tímidamente por sobre la lava petrificada en la cuenca. Los problemas de contaminación del aire ya no existían, solo eran un mal recuerdo del pasado, un recuerdo bueno y malo a la vez. Bueno porque muchas personas añoraban la antigua cultura, los viejos paradigmas que regian nuestra sociedad del siglo XXI, y siempre le recordaban a los más jovenes los tiempos pasados, pero también eran malos recuerdos porque la contaminación le quitó la vida a muchas personas antes del cataclismo. Nada comparado con el humo de los volcanes que rodeaban la ciudad y que perduró por 15 años, pero para aquel entonces era efectivamente un problema mayor.
Tito, como le decian sus escasos pero muy buenos amigos, tenía la misión de reprogramar los robots que se preocupaban de reconstruir la ciudad.
El había estudiado más de 8 años en la Nueva Universidad de Laangin, en el Norte de la Antigua America. Sus estudios los había llevado a cabo con mucho esfuerzo, pero había obtenido las mejores calificaciones de su generación.
La reprogramación de los robots traidos de Europa era algo compleja, pero Tito sabia muy bien lo que hacía, sabia muy bien como acondicionar los parámetros para obtener los mejores resultados posibles.
Una vez lograda su misión, solo era cuestión de liberarlos en la parte Norte de la antigua ciudad de Santiago para que hicieran su trabajo. Algo tan esperado por nuestra sociedad como por el mundo entero.
Todos los medios de comunicación expectantes a los resultados de las excavaciones y de lo que encontrarían bajo la lava petrificada por más de 2 siglos.
Nadie sabía lo que encontrarían allí, pero Tito tenía una leve idea de lo que sus antepasados hablaban de la antigua ciudad.
Nadie sabia, pero lo mejor era que siguieran asi, en la ignorancia. Por lo menos asi pensaba Tito.
Nadie podía enterarse de lo que había allá abajo.
¡Nadie!
Extracto del Libro en construcción, "La Máquina del Tiempo, la caja energizada"
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