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TRASBORDO




Eran las siete de la tarde, en la mitad exacta del horario punta. La gente defendía su escaso metro cuadrado, el carro estaba lleno y todo parecía estar mal dentro del sofocante espacio. Las caras largas miraban puntos fijos, inertes. Usualmente miraba a los ojos de quienes me rodeaban, pero tan sólo bastaba un par de segundos, incluso menos, para que ambos miráramos hacia otro lado. Todos estábamos ahí por un mismo propósito, todos sentíamos el mismo calor y las mismas ganas de llegar pronto a nuestros destinos, pero a pesar de esa unidad que intrínsecamente se notaba en nuestros cuerpos, cada uno de nosotros estábamos en otro lugar, distanciados y sumergidos en nuestros propios mundos. Si pudiera escuchar el pensamiento de cada una de esas personas, no sabría distinguir las voces, un sin número de frases con o sin sentido llegarían hasta mi oído, saturándolo. ¿Existirá algún ser omnisciente que escuche estas voces a diario? De tan sólo pensarlo se me complica la existencia y sin querer llegar a ese estado decido por desechar ese pensamiento.
-Soy muy tonto para dar respuesta a esa pregunta universal – Me dije a mí mismo.
El metro se detiene como en todas las estaciones, una voz se proyecta y anuncia la llegada a la estación más conflictiva, Tobalaba. Apenas se abren las puertas la gente sale aliviada del carro, respira por un par de segundos y agradece volver a mover sus piernas para desplazarse a la línea cuatro. Ignoran que el trasbordo es uno de los episodios más terribles, o al menos fingen ignorarlo.
Yo trato de desplazarme con agilidad, esquivo personas, altas, bajas, gordas y flacas. Se me vienen imágenes graciosas al distanciarme y ver tanta muchedumbre circulando por ese corredor galáctico, parecido a una película de ciencia ficción. Imagino el ganado siendo acarreado por un perro pastor invisible, imagino un montón de espermatozoides desesperados por llegar al óvulo, entre otras estupideces. Al pasar por el corredor, llega una de las partes más críticas, la escalera. En la escalera me doy cuenta que tanta agilidad por llegar rápido al próximo metro, es en vano. Aquí las personas pierden su conciencia y avanzan a pasos lentos, olvidando sus reales propósitos de querer estar en sus destinos. Es imposible avanzar, los cuerpos crean una muralla, una masa deforme que apenas se desplaza, yo me desespero cada vez más y busco nuevas soluciones. Hacerme invisible, volar y aprovechar los espacios libres en las alturas. Mientras bajo miro cada vez con más claridad que el metro está ahí, en el andén esperando por sus pasajeros. Aquella imagen me desespera mucho más, me desplazo con mayor inquietud, nada funciona. Toda desesperación ocurre mientras una molesta gota de sudor circula por mi mejilla derecha, me provoca un cosquilleo molesto e indeseable. El metro comienza a emitir ese sonido que tanto me atormenta, el pito que anuncia la cerrada de sus puertas. Yo me inquieto aún más de lo que estoy, trato de adelantarme y simplemente no puedo.
- Córrete vieja de mierda – Me digo para mis adentros sin tener el atrevimiento de soltar esas palabras.
El fin. El metro cierra sus puertas y yo sigo en los últimos peldaños. Ya no queda nada por hacer. En esta estación me quedaré por unos cinco, diez o quizá veinte minutos más esperando el próximo, si es que no choca claro.

Texto agregado el 26-10-2008, y leído por 143 visitantes. (1 voto)


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