H. despertaba temprano al día siguiente. Sabía que a pesar de lo bebido la noche anterior nada le afectaría más que una sed tremenda.
La casa donde vivía era modesta, dos pisos, una habitación, una cocina, un cuarto para invitados (que por le general él lo usaba), un baño y el living comedor. Estaba ubicada cerca del centro, en un pasaje creado por la parte trasera de un edificio y una corrida de casa del mismo tipo. La plaza del centro también estaba cerca. Unas cuadras más al norte había un supermercado donde día por medio compraba pan, algo para merendar y jugo o una coca-cola. En la caja compraba cigarrillos y pagaba la cuenta.
- Cajas Express - se decía mientras miraba a la gente que lo rodeaba tratando de encontrar a alguien conocido o alguna que otra chica para deleitar la vista.
Le molestaba saber y a la vez reconocer que las cajas express eran las más llenas. Algo indirectamente proporcional a su función.
El día estaba nublado y H. decidió ir al muelle para sentarse a fumar y pensar en lo que se venía. Al prender un cigarrillo lo tomó por sorpresa una llamada telefónica. El número no estaba registrado en su teléfono celular, lo cual le parecía de todas formas común, ya que sólo tenía unos pocos sujetos anotados en la agenda del mismo.
- H. Detective Policial, ¿con quién tengo el gusto? - contestó sonriendo como si el auricular mostrase la cara del interlocutor del otro lado.
- H. tenemos algo en el departamento - era el jefe de policía - Necesito que vengas con Q. a ver unos registros forenses y unas fotografías de testigos, es algo interesante y extraño.
- Ok, B., estaré allá en unos veinte minutos - suspiró sabiendo que las cosas se le adelantaban cada vez más. Miró el tiempo de la llamada y la hora para confirmar. Terminó su cigarrillo, lo soltó al suelo y lo apagó con un zapato mientras miraba el mar que le decía en su cabeza "que bueno que estés de vuelta". Arregló su sombrero, abrochó su gabardina y metió sus manos a los bolsillos laterales. Caminó unas cuadras y tomó un taxi, confirmó la hora nuevamente y al cerrar la puerta una lluvia torrencial comenzó a caer.
- A la estación de policía, amigo... ¿tienes cambio de "cinco"? - H. miraba la cara del taxista por el espejo retrovisor mostrando el billete rojizo.
- Sí, señor, le cobro allá.
- Gracias.
Esa lluvia de Octubre era la lluvia que deseaba hace tiempo. Sabía que duraba poco así que iba a intentar disfrutarla lo que más pudiese. Un café después de la visita al departamento sería perfecto.
H. miraba detenidamente a la gente que corría o trataba de mantenerse en pórticos y paraderos para no empaparse.
- ¡PARE! - le gritó al taxista, que frenó en seco haciéndole caer su sombrero mientras abría la puerta y salía corriendo tras un tipo irreconocible - ¡ESPÉREME AHÍ!
Corrió en la lluvia como las personas que acababa de ver y su gabardina absorbía el agua como esponja. Pensó en tirarla para no relantizar la persecución pero en sacársela ya habría perdido tiempo.
El perseguido tomó un pasaje y al doblar a gran velocidad en una esquina chocó contra una reja y perdió el equilibrio, cayó al suelo para su desgracia. H. apuró su velocidad y recordó la técnica de Q. cuando era joven. Logró alcanzarlo antes de que el tipo se estabilizara y lo tumbó al suelo nuevamente. Se dio cuenta de que no andaba armado y no traía ni si quiera un par de esposas para apresarlo, así que improvisó una llave de manos y dejando libre una de él y desató uno de sus zapatos para amarrarlo. Al volver al taxi, tomó una bocanada de aire para reponerse, le pidió disculpas al taxista por los gritos y la demora y que por favor continuara con el viaje.
- Eres increíble maldito - H. le hablaba al apresado - pensé que no te volvería a ver en "esas".
- Vamos, H. Sabes que esto es mi vida - el tipo sonreía sarcásticamente sabiendo que hace unos meses atrás el mismo H. lo había capturado por un asalto fugaz en las calles del centro. Un típico y conocido "lanzazo".
- Eres inmutable, chico. El jefe tendrá que mandarte a internar - unas palmadas en el hombro del delincuente le decían a H. que a estaba encariñándose con estos tipos de la ciudad.
Pagó el pasaje y le dio las gracias al conductor nuevamente. En la puerta de la estación Q. y B. lo esperaban. B. lo miraba extrañado con un ceja sobre la otra en el horizonte de la frente.
- Parece que M. no tiene remedio - Q. se reía codeando a B. en un costado.
- Estos chicos del barrio... - suspiraba B. - Me los llevaré a todos a la correccional algún día.
Los tres policías reían no haciendo sentir menospreciado a M. el ladrón de la ciudad.
Entraron al departamento y se encerraron en la oficina de B. tras dejar a M. en custodia. H. se apoyó en la puerta cerrada, colocó su sombrero y su gabardina en la orilla de un estante y encendió otro cigarrillo. Q. se sentó en el escritorio al lado de una carpeta amarilla llena de papeles. La tomó y la apuntó con sus ojos meneando la cabeza hacia ella. B. abrió la ventana y permaneció mirando hacia el barrio bajo lluvia.
El contenido de la carpeta, además de registros inútiles de los forenses designados para el caso, eran unas fotos que acompañaban unas pequeñas fichas con notas de testigos. Algo particular y casi no creíble para H. era hallarse a él mismo en esas fotos, con la chica asesinada hace dos días.
H. estaba en problemas. |