Fronteras insalvables
Veo el reflejo de su cara en el vidrio de la vitrina de la abuela, asomada por la hendija que deja la puerta entornada. Le di la impresión de estar concentrado en lo que estoy haciendo; reparando una silla vieja. Golpeo con fuerza, de manera de no escuchar cualquier llamado de su parte. Tengo la leve impresión que no se va animar a entrar. Quizás, por vergüenza o simplemente por timidez. Interiormente deseo que se despida como el padre que nunca fue, pero mis expectativas hacia él son pocas, y con mi comportamiento lo ayudo a que sea más sencilla su partida.
Nuestra relación nunca fue muy fluida que digamos. Presentí que su dura educación cuando niño podía más que su propia voluntad. En esto de deslindar culpas, debo reconocer que yo colaboré bastante en nuestro distanciamiento. Pero la vida nos ha conducido hacia sitios que en cierta forma condicionamos. La comodidad de una actitud facilista, que detrás de ella, van de la mano, la cobardía, resignaciones, impotencias y una falta de personalidad ciertamente preocupante.
Lo concreto es, que hoy y después de haber necesitado la imagen paterna en la infancia y adolescencia… ¡Él nunca estuvo! Tal vez, en el futuro queden resabios de una relación que no fue y que quedo sólo en intenciones. Todo esto me lleva a justificar cosas que marcaron etapas. Es claro que hay notoriedades asumidas, las separo e identifico, para no caer en lugares comunes, y no ser presa de los mismos desaciertos.
Al final se fue, sin intercambiar ni siquiera un gesto... como siempre.
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