La vida es una cuenta regresiva
con números que son espinas
de luces que se meten.
La aguja de la balanza
con tu cuerpo encima
detiene la marcha en la muerte
porque el fin es tu carne
y el tiempo que ella dura.
Crecer es aunarse
con el destino que expira,
mirarse en la pared vacía,
jalar el gatillo de cristal,
quedarse descalzo sobre vidrios
que derraman tu sangre
regando el verde suelo de ti.
Tu peso se derrite como el aire,
con el fuego que se extingue
pués su panza esta llena;
o tal vez lo cubre
de la arena que vuela
de flujo urbano de personas sin nombre.
Pero en la fosa vacía aún
yace el rincón del ahogado,
que somos tu o yo, envueltos
en lágrimas, lluvia, licor de fernet,
líquido melancólico por que
otra cosa no se puede decir del vientre,
de la placenta invisible de la vieja
que va llegando de a pasos
al maldito redondo cero.
Fracasar, metida en el movimiento
tropezar contra la querida higuera,
hundirse en el fango del ombligo.
Quedarse dormida cazando leones,
demorando la cuenta que el pobre
tiempo necesita después rendir.