En una de tus reflexiones, en que le agradecías a un desconocido amante, decías: “Gracias por dibujar una ventana en la pared, para que vea el sol”. No se por qué, pero fue una idea que me llegó. Tal vez porque una ventana marca el límite entre el adentro y el afuera, o porque marca lo distancia entre lo real y lo imaginable. Y dibujada, deja mas libre la imaginación para ver detrás de ella.
El caso es que me inspiró una reflexión sobre lo que sentí por vos. Aquí va:
Mi vida transcurría en un mundo real. Real era la mujer que amaba, y real la mujer que me amaba. Tenía una familia que me quería, que me extrañaba, y me hacía feliz. Mi trabajo me mantenía en ese mundo real, gratificante, agradable, y cada despertar lo era lleno de alegría y de esperanza. Esto sentí durante muchos años, y caminé inmune al dolor o a la fantasía gris.
Hasta que llegaste un día. No eras distinta a cualquier mujer que hubiera conocido, y por mucho tiempo no te vi. Ni mas linda ni mas fea que cualquier otra. Me gustaba estar cerca de ti, pero no iba más allá.
No fue a vos a quién vi. Antes de verte, sentí tu alegría, en tu comportamiento con los pacientes, con la gente. Sentía como llenabas todo de alegría y de color. Bajita y bonita, todo lo que tocabas lo hacías mejor.
Y recién entonces te vi. Tus colores, el dorado de tu cabello, el rosa de tus labios, el rojo de tu sonrojo. El brillo de tu mirada. El gorjeo de tu risa.
Y comencé a quererte. Enojado conmigo mismo, a desgano, sintiéndome culpable. Muchas veces me dije “Basta, es una ilusión.” “Basta, ya no quiero quererla”
Pronto, te extrañaba al alejarme. Pronto, quería volver a vos. Sentía placer al besar tus mejillas. Quería estar bien para vos.
Y fue entonces, en una sonrisa, que dibujaste una ventana en la pared. Allí, detrás de ella, apareció un mundo irreal, donde vos eras una princesa hermosa, y todos se rendían a tus pies. Solo había sueños en ese mundo, sueños de placer, de paisajes, de flores de primavera, de arco iris inmensos. Y en ese mundo, te besé, te abracé, te llevé en brazos por playas brillantes, te dije cosas lindas al oído, para hacerte cosquillas, y a tu lado, reflejé mi rostro de enamorado en lagos cristalinos.
Mirando por esa ventana supe lo que era enamorarse, y me enamoré de esa princesa bajita y bonita. Por esa ventana llegué a mundos insólitos, donde una mirada tuya conmovía todo mi cuerpo, o tu perfume inundaba mi alma todo el día. Y soñaba, y me despertaba y me dormía, mirando por esa ventana. Y ya no podía vivir sin la ventana.
Hubiera querido cerrar la ventana, pero era tu sonrisa la que la dibujó. No podía alejarme de ella.
Pero un día me pregunté por que no habías dibujado una puerta. Por olvido, supuse primero. Porque es sensata, supuse luego, sabiendo vos de mi mundo real. Pero por fin me lo dijiste. No querías dibujarme una puerta. No me querías.
No puedo pedirte que me dibujes una puerta, si no me quieres. Pero, por favor, no me borres la ventana. Quiero seguir en mi mundo real, donde soy feliz, pero en ese mundo real hay una ventana dibujada por vos, a la que quiero seguir asomandome cada tanto, aunque solo sea para mirar tu sonrisa.