Mamá entra a la pieza y la mueve. Emilia se cree mueble, se cree muerta, se cree piedra. Cierra los ojos, se tensa y permanece rígida mientras le ruega a Dios que la oiga. Le ruega a la naturaleza y a otros dioses, a lo que sea, no le importa quién la oiga con tal que la salven. Jamás la han salvado.

Emilia sabe que si su mamá llega al cuarto y la sacude de esa forma pasarán dos cosas: Primero hablará eternamente, culpándola de todo, mareándola con su aliento alcohólico. Luego vendrán los golpes, los objetos que caen contra su cuerpo o cerca de él. A veces alcanzará refugiarse en el baño, entonces su madre golpeará la puerta imitando a Jack en Resplandor y ella gritará y llorará suplicando que esa puerta no ceda, jamás ha cedido. El baño es siempre quien la salva, quien la acoge y acaricia.

Por eso y su bulimia el baño es tan importante. Porque todo lo que la tiene enferma sucede cerca o dentro de él. Su mamá sobria dice que le va prohibir la entrada a este por lo menos las dos horas siguientes a cualquier comida realizada. Emilia sabe que su mamá nunca estará sobria para entonces y la amenaza no le preocupa. Sólo le preocupa llenar sus vacíos con chocolates y ser perfecta ante el espejo. Ahora sí una hija buena, una hija linda y perfecta que no se equivoca y no merece ser golpeada.