Que infinito suena este reencuentro invertido, este flash de luces opacas, este regreso perdido en la distancia mutilada.
Que dócil tocar tu pelo, que nocturno ver tu risa, que continuo tu recuerdo.
Si tan sólo fuera el extracto del final que detuve en un prólogo sutil y prematuro,
Si tan sólo fuera la euforia revelada en mis llantos póstumos.
Quisiera tener la pauta, la sinfonía o la cordura para guiar este cardumen de pasos con los instantes de la vida, para decir que me ha ganado esta pausa, para declararme vencida por la inmediatez de un latido.
Quiero saber por fin, el término de tus apariciones, o la ceguera próxima de los años, o resignarme a vivir en ningún estado lúcido que me escarbe el cuerpo desnudo de tus manos.
No debí escribirte, ni descifrarte, ni convertirte en verbo,
si el ser de nuestra cordura, la razón de mi espera, el arrecife de durezas y la última palabra, se mostraron absortos en su propia facultad confusa de conjugar casualidades.
Ya no es tiempo de tallos rotos, ya no es el momento para segundas esperas. Tú con tu miel de poetas caducos, yo con mi escape retórico.
Somos la pincelada equívoca del destino o el puño cerrado de los nudillos avergonzados.
Qué entereza tiene el destino para cerrar novelas de lectores modelos disléxicos, sínicos y destinados a interpretación caduca.
Qué infinito suena el reencuentro invertido, qué terminal resulta la ocasión desdoblada...en ambientes pretéritos.
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