Ahí estaba ella, Marcela, tan linda y hermosa como siempre, con sus cabellos negros, cayendo suavemente sobre sus hombros, con una sonrisa llena de alegría, unos ojos grandes y brillantes color miel, propios de la región. Parada una vez mas en el escalón mas alto de la escalera que de la acera de la calle conducía a la puerta de su casa, mirando con cara un poco fastidiada a Andrés, quien era su eterno enamorado.

Por quinta vez consecutiva en ese año estaba terminando su relación con Andrés, quien se encontraba sentado en el primer escalón de la misma escalera, tomándose con sus dos manos la cabeza, mientras balbuceaba entrecortadas palabras, debido a su agitada respiración.
-pe, pero, amor déjame decirte una ultima cosa…- pero cada vez que repetía esta frase, Marcela lo mandaba callar con un fuerte –¡No! No quiero escuchar mas tus tonterías, no me convencerás con tus tontas frases, ni tus historias de carnaval-.

Porque era por todos muy bien conocido, el gran don para la palabra que tenia Andrés, quien con lindos poemas, pequeñas historias y profundas frases, que cada vez que miraba los dulces ojos de Marcela, le nacian del corazòn y que al entrelazarse con su desbocada imaginación, formaba la formula perfecta para enamorar a su amada una y otra vez.

Andrés seguía tomándose la cabeza e intentando explicar algo que ni siquiera el mismo entendía, mientras su mente vagaba, por mares de ideas, recuerdos y sueños, que lo llenaban de culpa y remordimiento, sentía como si dentro de su pecho se inflara una gran bomba, que ocupaba tanto espacio, que sus órganos buscaban la manera de salir de su cuerpo.

Hasta que sin previo aviso, y agobiado por el peso de la culpa que su mente y su cuerpo guardaban, se levanto rápidamente, subió los pocos escalones que los separaban, miro a los ojos a Marcela, esos ojos de los que tanto tiempo estuvo enamorado, y con los suyos llenos de pequeñas góticas saladas, que poco a poco se fueron convirtiendo en lagrimas, que empezaron a descender lentamente por sus mejillas, le dijo

- amor perdóname, pero debo sacar un peso que carga mi alma y mi corazón, la verdad es que cometí un error, pero fue solo por tantos problemas que atravesamos, nunca creí me fuera a pasar, y la verdad ahora me arrepiento completamente de lo que hice, pero debo confesártelo, ayer después que discutimos, y salí temprano de tu casa, te confieso que...- y despues de bajar un poco la mirada, un pequeño sollozo y un largo suspiro volvió a mirarla y le dijo – te confieso que, ¡te robe el corazón! – al decir esto giro su cuerpo se devolvió sobre sus pasos hasta el primer escalón, giró su cabeza la miro una ultima vez a sus ojos, y se fue caminando lentamente sobre la acera en dirección a su casa.

Marcela quedo totalmente atónita ante la confesión de Andrés, entro a su casa muy confundida mientras trataba de entender aquella confesión, caminaba hacia su habitación, y se preguntaba una y otra vez, con que extraordinaria ocurrencia saldría esta vez Andrés, evaluaba cada uno de los momentos a los que podría referirse, llego a su habitación, intrigada y ya bastante emocionada, porque la verdad, muy en el fondo, ella sabía que tan solo terminaba su relación con el, para saber de que hermosa manera el la volvería a conquistar.

Se recostó en su cama, y cuando se dispuso a apagar la luz de la lámpara que estaba encendida, se dio cuenta que sobre su mesa de noche, había una hermosa cadena de oro que su padre le había regalado, y a la cual le faltaba un valioso dije con forma de corazón.