PRIMERA PARTE
Juan Fanfarria gustaba de entretener a la gente y esa era una característica de su personalidad que se mantenía incólume desde el mismo día en que había nacido. Para ser más precisos, en aquella jornada, enrojecido su rostro y el cordón umbilical recién talado, se soltó de las manos de la matrona, cayó parado sobre la camilla y para estupefacción de todos, se enderezó, ensayó unos pasos de tap y, finalizado este acto, hizo una elegante reverencia y, recién entonces, lanzó el vagido prístino que le dio el aliento.
En vista de este increíble suceso, sus padres lo bautizaron como Juan Fanfarria y él, acaso muy orgulloso de llevar ese epónimo, se empeñó en hacerles la vida grata a esas humildes gentes. Para ello, inventaba rutinas humorísticas que luego representaba junto a su perro Luis, otro que también gustaba del jolgorio y que había encontrado en Juan a un excelente compañero.
A los cinco años, Juan Fanfarria fue el payaso principal del Circo Lucrecia Bremen, sus rutinas eran variadas y la gente se desternillaba de la risa ante sus locuras.
Pero, la vida a veces hace gala de un pésimo humor. Fue así como el pequeño payaso llegó un día a su hogar, después de haber realizado una exitosa presentación y se encontró con la desolación más absoluta en donde antes se levantaba una pobre casita. Un terrible incendio había devorado su hogar, llevándose también a sus padres, quienes, mientras ardían dentro de la covacha, lo llamaban a gritos.
Fue la primera vez que Juanito Fanfarria se vio abatido y no era para menos. Abrazado a su perro Luis, lloró durante varios días y no hubo nadie que lo pudiera sacar de allí. Mas, en algún momento, el corazón del pequeño pareció curarse de esas heridas, lo que para cualquier otro cristiano hubiese sido una tarea insalvable, y mirando al cielo con una expresión resuelta, se levantó del lugar en donde antes estuvo su casa y junto a su perro, emprendieron un viaje largo, tan largo, que cuando llegaron a destino, Juan Fanfarria había cumplido los veinte años de edad y su perro Luis, era un prodigio de sobrevivencia, la que se sustentaba más en su ánimo carnavalesco que en sus reumáticos huesos.
(Continúa)
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