Daniel se lava los dientes a la medianoche y se duerme quince minutos después, luego de haber leído algunas páginas de una novela o de ver la televisión. Luego de un par de horas de sueño constante, de pronto se levanta dormido y empieza a deshacer todas las cosas que hizo durante el día; borra dibujos, deshace papeles, tira libretas, derrumba edificios. Y entonces al despertar Daniel otra vez tristísimo de que por enésima vez le tumbaran su mundo entero. Harto de su mala suerte, va y se busca amuletos, realiza rituales, se come insectos vivos y se pasea con chamanes; al día siguiente sus amuletos ya no están; la cabra desaparece y los restos de insectos y de pinturas se han esfumado. Pasa años de desasosiego eterno y de frustraciones etéreas hasta que un día se levanta en la mañana y ve su rompecabezas terminado sobre la mesa y la pared recién pintada intacta. Lamentable es que la rutina infernal haya, luego de tantos años, derrotado a Daniel y no se dé cuenta y empiece de nuevo con el rompecabezas y otra vez se meta al baño con la brocha y la pintura. O que tal vez sí se haya dado cuenta Daniel y simplemente el susto del éxito y del ocio lo hayan petrificado y entonces “a lo mejor volviéndolo a hacer todo de nuevo otra vez me despierte y todo vuelva a ser como siempre...”. Quién sabe.