Cojeando, me esforcé por alcanzar la fila de niños que regresaban del recreo. Nadie notó que apenas regresaba al colegio. Llegué al salón y rápidamente abrí la caja para comprobar que nada le hubiera pasado. Lo revisé de todos lados, hasta que al fin quedé aliviado y volví a guardarlo con cuidado. Me quité unas gotas de sudor y me sobé el tobillo que me había golpeado regresando de la casa. A los doce minutos pasé a exponer mi proyecto, emocionado, casi temblando. Abrí la caja y lo puse de pie en la mesa.
Nadie supo qué hacer cuando el muñeco de felpa empezó a hablar.