Una noche de verano, una de tantas, pero no precisamente para esa persona. Había sido un día especial en su vida y más que nunca necesitaba distenderse para reponer fuerzas, las que hacen falta para seguir en la lucha diaria. La empresa donde trabajaba estaba en proceso de reestructuración y es sabido que esos cambios conllevan un esfuerzo de adaptación al trabajo y a los nuevos compañeros con los que se deberá convivir durante tantas horas.
Se acomodó en la cama como más le gustaba, de costado y con una almohada bien alta que le ayudaba a descansar mejor y a “no roncar tanto”. La persiana de la ventana estaba un poco levantada para dejar entrar aire fresco ya que su casa y las linderas tenían una frondosa arboleda que ayudaba a pasar mejor el verano. Las cigarras que en general no cantan durante la noche, en esa ocasión sí lo hacían y lo ayudaron a distraer su atención de los problemas laborales, relajarse y tratar de dormir.
Cuando se despertó no sabía con exactitud si hacía mucho que dormía o cuánto faltaba para que sonara el despertador, tenía calor y sed por lo que decidió ir a la heladera a buscar alguna bebida. Estaba por incorporarse cuando cerca de la puerta de la habitación vio una lucecita roja como si fuera un cigarrillo encendido, algo que no podía ser porque él no fumaba y vivía solo. Se quedó quieto y una sensación de desasosiego le corrió por el cuerpo, se dijo a sí mismo que debía tranquilizarse y que si tal como suponía esa lucecita correspondía a un cigarrillo, alguien había entrado en la casa y seguro que no era con buenas intenciones. Encender la luz no era lo más conveniente, tampoco levantarse pero ¿hasta cuándo podría permanecer quieto y qué haría esa persona que suponía estaba fumando?
Pasaron unos segundos que le parecieron interminables, tal como sucedía cuando se ponía nervioso, le comenzaron a transpirar las manos y los latidos de su corazón eran cada vez más rápidos, lo peor de todo era que no podía decidir qué hacer.
Por suerte, de repente, su mente se aclaró y recordó que antes de acostarse había colocado un espiral porque con la ventana abierta y sin mosquitero, seguro que los mosquitos no lo dejarían tranquilo. - ¡Qué alivio! - nada malo había pasado pero esa experiencia le ayudó a sacar dos conclusiones:
1) cinco minutos de "tonto" lo tiene cualquiera.
2) lo mejor es vivir “en compañía”, todo es más llevadero.
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