Algo de lo que, recuerdo, pude leer de puño y letra de un amigo que (por lo que sé) sigue esperando.




No me digas que no puedes verme.
La luna se ha vuelto vieja en este tiempo
pero yo, cobarde y todo, sigo siendo tuyo.
Claudia, tu odio no me seduce,
pero te amo.
Veinte años después
hay huellas de tus uñas en mi espalda,
de tu saliva en mi cuello.
Tu resplandor atraviesa mi cama;
tu sonrisa, aquella madrugada,
tus palabras quietas
y tu mirada.

Hay todavía un hijo nuestro,
que me falta.
Un tiempo de luchas intestinas.
Un corazón despedazado.
Un sereno cadáver.

No me digas que no puedes verme.
Que no merezco un recuerdo en tu mente.
Que no valgo una gota de atención.
Que no soy sino un sinónimo
de ausencia.
No me digas que te busco para nada.
Vives en mi pasado más brillante,
el que más nunca tendré, pero sueño.
En las palabras,
en las comidas.
Y en mis culpas.


Hay todavía un hijo nuestro
Que te debe la vida y mis facciones
Que te adora y me ignora
Que cayó del cielo de madrugada
Un sueño extraviado entre mis deudas
Un dulce tacto en mi desánimo
Hay un hijo nuestro que te imploro,
Claudia,
No me digas que no puedes verme.


© 2008