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Inicio / Cuenteros Locales / paula93 / Plegaria para un niño dormido.

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Se ponían un poco frías las cosas en esa época del año, sobre todo cuando las dejaban cerca de las ventanas o lejos de las hornallas, que siempre estaba prendidas. Por eso él se enojaba tanto cuando llegaba a casa y estaba su cama helada, y apenas se sentaba le ardían los huesos de una forma brutal y súbita, y gritaba tanto que despertaba a la niña. Pobre niña, que dormía plácidamente y soñaba con jardines y flores de verano, en un invierno tan mortal, y tenía que interrumpir el sueño porque papá era infeliz y no tenía tiempo para no serlo. Así que frunciendo el ceño se levantaba y caminaba pesada a la cocina, que cuando era madrugada estaba más negra que nunca y olía a viejo y encerrado. No debían pasar más que algunos instantes hasta que aparecía el padre con su cara espectral a besarla y a pedirle perdón una y mil veces. Cumplido el acto se entregaba al frío de su cama, y la niña lloraba silenciosa, y ponía esa carita que ponen los niños cuando aguantan el llanto, inflando los cachetes y enrojeciéndose mientras de sus ojos brotan algunas lagrimitas, escapándose de la fuerza que hacen los párpados débiles.
Pero esa noche la niña no lloró, y no por disimular su tristeza, sino porque se sentía bien, realmente bien. Y estaba sola en la cocina minetras miraba la espalda de su padre que poco a poco se alejaba, se internaba en la inmensa oscuridad que tenían las noches allá y desaparecía mientras la dejaba solita, aún más oscura que él. Y soñaba todavía como si no hubiera despertado en realidad, como si estuviera internada en los bosquecitos o en las selvas que su cabecita creaba cuando nadie gritaba ni le decía que debía ser una buena niña y bañarse de vez en cuando y decir adiós al irse. Por eso se reía aunque las hornallas estaban apagadas y el frío se le iba trepando desde la yema de los dedos y la cabecita hasta todos los rincones de su cuerpo que eran arbolitos donde dormían las ardillas y los teros, y donde ella se colgaba como el frío de sus huesos, y luego se caía torpe y feliz mientras la helada le besaba los pies y la inmovilizaba de a poco, dejándole correr por entre el pasto crecido y la lluvia, muriéndose sin parar de reirse, respirando la brisa y el verano que estaba cerca, tanto que ya podía sentirlo.

Texto agregado el 22-10-2008, y leído por 85 visitantes. (0 votos)


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