MUELLE
Muelle de pocas luces y pocos bancos, de años de historia, tablas antiguas y alguna que otra reconstruida, que al pisar crujen dejando ver entre tabla y tabla el agua calma.
Por debajo, cruza un río con su sonido particular de vaivén suave, pequeñas olas agitadas suavemente por el viento.
Bancos de madera ya añejos, bordean su largor, de tanto en tanto.
Si hablaran podrían contar seguramente miles de historias de encuentros, de amigos, de parejas, de besos, de sueños y algún que otro desencuentro.
Rodeado de veleros, barcas y
Yates de distintos orígenes, se bambolean por el viento, encendidos por la luz de la luna que también los contempla.
Pequeño puerto, pequeño muelle,
Pequeño paraíso sureño, de una
pequeña localidad.
Años de historia, sabiamente conservadas para el orgullo de sus ciudadanos y el disfrute de sus visitantes, que de todas partes del mundo vienen a visitarme.
Pero de todas sus reliquias, las que más me fascinan es este muelle, el más antiguo de todos.
¡Tiene tanta magia! que estando allí parece que el tiempo se detuviera y se apoderada de todo mi ser.
Y me siento a contemplarlo todo, las luces que bordean la ciudad, la luna que brilla intensamente y se refleja en sus aguas.
Barcas de todos los colores, con sus banderas pequeñas en su mástil, los árboles verdes que bordean algunas zonas del río.
Siento la brisa veraniega, en mi piel, el sonido de sus tablas viejas que crujen a cada paso; y hasta un pez que de vez en cuando salta raudamente salpicando el aro que con su fuerza deja en el agua, sólo porque es saltarín.
El silencio de la noche, es el rumor de la naturaleza, que de madrugada se agudiza, el motor de algún barco lejano acercándose lentamente en busca de un lugar para poder quedarse, o algún remo de alguna barca de un pescador, y hasta se puede escuchar el ruido de alguna rana.
Y su luna brillante, redonda, que como en un cuadro, ilumina a sus visitantes, y toda la naturaleza que lo rodea, con su justa luz, hacen reflejar estrellas en el río.
Se escucha el paso de la gente que va y viene, seguramente visitantes conversando amigablemente, alguna risa a lo lejos y algún que otro suspiro.
Se agudizan todos los sentidos, adormecidos, y hasta que creíamos suspendidos por el ruido, ensordecedor de la gran ciudad.
Es un lugar de encuentro e intimidad, de disfrute y de reflexión en donde cada
Vez que puedo, como si de algún amigo se tratara, voy a visitarle.
Lo observo y aprovecho para pensar tranquilamente, sin distracciones, sin interferencias citadinas. Y siempre me voy de allí calmada, con mucha energía, y con alguna respuesta.
Es como sí la naturaleza, el lugar y yo, nos encontráramos en una inmensa comunión.
Pero sobre todo, siempre que me voy, lo hago con la esperanza de volver.
Antiguo muelle mágico,¡¡gracias por existir!
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