Noche fría de invierno, tus brazos me cobijan,
me abrazan, frente a la chimenea, que destella
luces, colores y sonidos.
Y tú aquí, junto a mí, silenciosos
observamos el fuego, rozándonos
nuestros cuerpos, agudizando nuestros sentidos.
Te vuelves hacia mí y me besas, puedo sentir esos labios perfectos en los míos.
Luego tu aliento en mis oídos, me susurras,
me seduces, como sólo tú sabes y yo sé.
Tu boca se posa en mi cuello y tus besos
dulces, y cálidos como el fuego,
van encendiendo mi alma y mi cuerpo, todo mi ser.
Tus manos se despegan de mis hombros,
desprendes lentamente mi blusa,
me acaricias suavemente, mis manos responden a tus hermosas caricias. Recorres todo mi cuerpo, todo mi ser. Te siento más y más...
Nuestros cuerpos comienzan a arder como la leña
recién encendida, tu respiración se agita.
Tu fuego se envuelve en mi fuego, tu cuerpo envuelve al mío cada vez más fundidos el uno en el otro. Ya no existe el tiempo, el frío, nada..., somos tu y yo, gozándonos hasta el fin.
Y todo arde, todo confluye, todo encaja en una perfecta armonía cósmica.
El deseo deja su lugar a la pasión destellando movimientos, sonidos, colores de sombras reflejadas en la pared por la penumbra de la chimenea. Todo es perfecto, todo se vuelve bello.
El fuego se apaga y lo volvemos a encender...
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