Han transcurrido 15 años desde que salí por vez primera en un viaje largo, viajaba en un vagón de segunda que parecía de cuarta por lo viejo y jodido que era, esta ocasión ya no viajaba con mi mamá o hermano y ahora la ruta sólo cruzaba el estado de Veracruz, el cual en la infancia y adolescencia fue por mucho tiempo y viajes el destino favorito. La casa de la abuela paterna era el punto al que teníamos que arribar, rodeada del olor de árboles de mandarina, naranja, ceibas y una infinidad de especies de plantas y árboles, con olor a leña y a café de olla que ella misma recolectaba y tostaba después de esperar largos días ha que secara, eso si no caía la lluvia...allá pasábamos largo tiempo recolectando leña, viendo aves o caminando por los senderos del monte, buscando insectos o animales raros que no existían en la ciudad donde nacimos mi hermano y yo; sacando agua de los arroyos o simplemente ensuciando nuestras ropas con cantidades industriales de barro, corriendo en una tranquila ranchería a través de los naranjales y potreros o caminando algunos kilómetros para llegar al río y pasar largo tiempo chapoteando en sus frías aguas, provenientes de la no tan lejana sierra misteriosa, en donde, decía mi abuela huía la gente mala para esconderse.
Mi primer viaje solo, lo hice a los 20 años y lo realice en dos días, salí un martes a las 9 de la noche del DE EFE (mexico city) y llegue a la ciudad de Mérida a las 9 de la noche de un jueves y lo realicé en tren, accidentalmente el destino final de ese recorrido era llegar a un impresionante y hermoso lugar llamado hacienda Tabi. Una ex-hacienda que ahora tiene un nombre muy largo pero que conserva el que ya he escribí, para llegar hasta donde Tabi tuve que caminar un poco más de dos kilómetros por un camino lleno de lodo rojo, creado por la reciente gran lluvia que había caído; un camino bello, rodeado de árboles y plantas nuevas para mis ojos, con gente caminando delante y detrás. Árboles guardianes imponentes dando la bienvenida (como los árboles de Carmen) casi al final del camino, antes de doblar a la derecha en una pequeña curva, para dejarnos de frente a la entrada de la hermosa hacienda que al fondo era iluminada por la hora que aún guardaba el ocaso para recibirnos, con cada paso sobre su alfombra verde parecía crecer más, dejando ver su belleza y detalles ocultos, crecía y crecía Tabi.
Como dije, allá llegué por mero accidente -esto último me recuerda a alguien- para trabajar voluntariamente con los Cuerpos de Conservación Mexicanos “CCM” organización acabada de salir del horno ambiental, como todo lo que tenía que ver con lo “ecológico” (todo era ecológico en ese entonces), los trabajos que hice para la hacienda fueron bastante gratificantes, además de vivir en Tabi, de compartir alimentos y espacios y trabajar por un fin común con gente de otros once estados durante cuatro semanas, fue una experiencia que marcó mi vida hasta ese entonces cohibida y un tanto intrascendente. Allí aprendí varios aspectos de la vida que no conocía del todo y mucho menos sobre mí, conocí valores que por algún motivo no expresaba o no sabía como hacerlo, y reforcé la admiración por el entorno natural desarrollado años atrás en las visitas a la abuela, además seguí impresionándome de todas las cosas que hay al rededor tuviesen o no explicaciones contundente científicas, no fue tan sencillo quitarme lo cohibido y por así decirlo ciertos vicios. En ese tiempo viaje y camine bajo la lluvia libremente, trabaje físicamente en la selva, colaboré por vez primera en equipo y por una causa, corrí en un campo de fútbol natural, jugué con un divino niño y como todos conviví con su linda familia; en ese viaje me sorprendí al conocer una gran alberca en el mar de Celestún e impresionarme de su gran tamaño y majestuosidad que hasta ese año aún era desconocido para mis ojos, quedar enamorado de la hermosura de Uxmal hasta aburrirme de mi mejor amigo y él de mí, todo se guardó en toda esa experiencia. La despedida fue muy complicada emocionalmente, físicamente agotadora, cada voluntario y voluntaria que estuvimos allá se quedo con sus propios recuerdos y experiencias, se lo trago de diversas formas, con lagrimas y llantos alegres o muy agüitantes, con libretas llenas de direcciones o simples despedidas largas. Yo tuve que tomar el tren de regreso a mi ciudad, el recorrido esta ocasión no duro más, ni menos que antes, simplemente regresaba al Distrito Federal un mes después.
Con un gran hueco en el corazón, en el cerebro y en la parte emocional (quien sabe en que parte la tenga) de mi ser, inicie mis días en el DE EFE después del campamento sin saber que hacer a donde ir, en que trabajar, extrañando los sitios, amistades, a Tabi y en sí la experiencia como un todo que había marcado mi vida para cambiarla por completo, en ese entonces no había internet para comunicarse y expresar todo el sentir como lo hacen ahora mis queridas voluntarias y voluntarios del In Ká´ax 2008, como lo hago yo propiamente. A través del sistema postal las cartas eran remotas y tardaban meses en llegar, el teléfono era atrozmente caro y mis amigos no estaban del todo dispuestos a darme otra cosa que no fuese solamente su amistad. Entonces era como estar flotando en una isla en medio de ese gran mar que había conocido un mes atrás, las noticias llegaban a cuenta gotas, como una estalactita y muy remotamente alguien de CCM viajaba al DE EFE. Había un hueco enorme en mí, algo cambio y que decía que había que hacer algo, pero qué. Crecí en un barrio o colonia popular del D.F. soy del pópulo, pues! y para la gente del barrio lo que hice en ese viaje y sólo por haberlo realizado ya era algo de locos y de raros y para algunos más, de gente que tiene dinero. La única persona que creía que estaba loco, pero que me apoyó desde el principio con esos 300 pesos para subir a ese tren, estaba contenta de ayudarme hacer algo que a ella misma le hubiese gustado hacer sino se hubiese embarazado a los 16 años. Afortunadamente para mí y la alegría de ella, al año que siguió del 1994 regresé a los campamentos como voluntario, como staff “sombra” (un supervisor en entrenamiento) y seguir siendo parte de ese gran movimiento de voluntariado que crecía en México.
Ya han pasado 15 años desde que aborde el tren con esos 300 pesos, ya son tres veces 5 años desde el primer campamento en Tabi, han pasado infinidad de voluntarios y voluntarias; el número de agradables amigos y amigas que he conocido, que se han quedado en mi vida y que han dejado nuestra amistad para hacer sus propios proyectos, es extenso. La lista de proyectos y campamentos realizados es contable y amplia, los lugares inolvidables y guardados tanto en la memoria, como en el corazón y en las fotografías que aún existen. Yo inicie así como ustedes, tuve ese gran hueco cuando regrese a mi ciudad, tampoco supe que hacer y mucho menos idea de que seguía en el guión medioambiental nacional, mundial y mucho menos en el mío. Pase días en agüite, afortunadamente asimile muchas cosas y espere, sí, como la estalactita para formar una estalagmita, no sé si algún día alcance a ser un estalagmato pero puedo asegurarles que ese cuenta gotas ha cimentado mi vida con en este estilo que conocen ustedes ahora, en el que he encontrado comunidades de personas alegres con sus proyectos, comunidades rurales de varios estados del país con agradecimientos, trabajado en áreas naturales protegidas y lugares naturales totalmente hermosos, he visto insectos y aves lindas o animales extraordinarios.
¿Por qué he escrito todo esto?, sencillamente porque después de tantas experiencias geniales, lugares, amistades y campamentos, y a 7 años de mi último campamento, no puedo dejar de sentir ese hueco y agüite, y esa emoción encabronada que causa dejar un pequeño proyecto en este mundo ambiental, en el que compartimos un pedazo de nuestra vida con alguien totalmente desconocido para trabajar en colaboración por una causa agradable en tres semanas. Bienvenidos y bienvenidas, ahora son parte de ese sentir, de mi sentir y de este movimiento que les cambiará algo en su vida, qué y cómo o cuánto no lo sabré. Gracias por todo y por haber dejado una parte de su personalidad en ese campamento que fue totalmente de ustedes, de la comunidad y de la selva, ahora, ni el tiempo o la distancia les quitará ese placer de recordarse como voluntarios y voluntarias de su “In Ká´ax” en Felipe Carrillo Puerto. |