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¿Es ese río que diviso un espejismo o una metáfora? Quizá el vacío sea el agua que haya circulado o reparado en el interior de este objeto. Ser y seguir siendo, verme en una realidad alterna (léase también virtual) frente a este espejo de áurea luz. Parece que esa es mi condena... O tal vez un sino. Ver mi rostro como una mácula de forma irregular y variable me provoca un notable desconcierto. Mi propia figura convexa, oblonga, asimétrica, eso hipertrofia la sombra del olvido. O dicho de otra guisa, restringe mi memoria.

Aquellas ciudades que otrora hubiera pisado, rémoras y derroteros que he descubierto, el alba, la noche, sueños y agonías que juegan mutuamente; ante mis ojos un caos encriptado de sensaciones parece adquirir un orden. Deslizo mis manos por este cuerpo de revolución que siempre esconde una faz, y acaricio la presunta superficie de la luna, mientras el tatuaje (que veía) indeleble de mi identidad de desdibuja...

Por cierto, esta fascinante reliquia me la trajeron de Egipto. Enseña la pirámide de la libertad, condensa lampos solares, percibo su calor al tocarla. Aunque en ocasiones vacilo en comprender si es oriunda de otra parte del globo. Probablemente su origen se cifre a Islandia; y en el instante menos figurado el alma se me hiele si sigo contemplándola, o a lo mejor tenga sus raíces en Japón, la India o la antigua Hispania, sólo especulo. Sea de donde sea, o sea de ninguna región en concreto, veo pasar por ella delicados pies cual prolegómenos de futura belleza, respiro intentos de medir la eternidad con un beso, y en un ángulo recóndito avizoro un cuerpo de arena que se desintegra por el influjo de los vientos del esplín, y alumbra mi piel el resplandor de una egregia ave de fuego que no cesa de consumirse y de alcanzar su regeneración, tornándose más impetuosa. La plena desnudez del deseo cae en un plano de inhóspita apariencia, breves instantes de éxasis brotan como ardientes manantiales de un géyser...

El niño que se columbra en el exótico jarro, sonríe con placidez inherente a un ser acendrado y dirige su mirada, con curiosa atención a un hombre adulto, y éstos a su vez miran a otro individuo aún mayor, y valetudinario. Entre ellos pervive una inextricable armonía... Sin embargo al fijar mi vista en el ánfora, pierdo conciencia cabal de mi tránsito cronológico por la vida, por ese Leviatán que nos devora poco a poco, otorgándonos oportunidades de poder comprenderla, de modo directamente proporcional a cada trocito que engulle. Que no sé qué edad tengo, si soy un niño de diez años, un muchacho de veinte, o un adulto mayor de cincuenta. Y otras, y otros divergen, sin saber si hacia mí vienen, o respecto de mi perspectiva se van.

Transcurren cien noches. O mil, o tal vez un millón. Atrevo a llevar mis manos hacia su interior, y cual si sintiera en mi pecho un impulso premonitorio de desidia, fatalmente las quito. Intento levantarla, la tomo de las asas, oscila con bífido peligro entre la ligereza y el peso sobrehumano; mis fuerzas ya no son suficientes, vuelvo a colocarla en su sitio, y una retahíla de seres componen una nebulosa letanía que acapara mi imaginación. Quiero visualizarla por detrás, y como es detrás es delante, continúo con la arraigada impresión de que algo me oculta. Algo allende las cualidades arquitectónicas y estilísticas, hay. Tristes mis ojos divisan el amanecer de rescoldos del deseo. El resplandor se hace menguante, se hace creciente, respetando con rigor un periódico devenir, el que no sé si respeta mi rostro. Convergen elementos poéticos, tal vez enmarcados en mi corazón traslúcido.

Mis manos están llenas de gotitas transparentes, con aroma a límpido río...

El ánfora porta el líquido que fluye por mis venas, el que resbala por mis mejillas, la linfa de mis sueños... ¿Es ese río que vigilo, una extrapolación de mis pensamientos atribulados, o el trazo irremisible de la Muerte?

Texto agregado el 20-10-2008, y leído por 116 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-10-2008 Sí, es el ánfora de la salvación. Bella prosa poética. Me encantó. Sofiama
 
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