Cuida de los detalles en un cuento, porque uno solo puede desnudar su mala factura y dejarlo en pelota. Un cuento es un sistema que depende de la coherencia entre todos sus elementos: entre el narrador y lo narrado (quién puede saber qué, cómo y dónde); en los tiempos (cuándo sucede todo, y en qué orden); y principalmente en el argumento, que debe ser tan lógico como un silogismo.
—Un cuento es como un traje recién terminado —me decía el Escritor que había sido Diseñador de Alta Costura—, en el que quedan algunos hilitos visibles, de esos que siempre a veces alguien que te aprecia se ofrece a jalar. ¡Un ofrecimiento terrible para un diseñador! —añadió, haciendo un gesto afectado de repulsa.
—¿Por qué? —pregunté, sin comprender por qué algo tan sencillo como arrancar un hilito podía ser tan terrible.
—Porque —prosiguió el Escritor que había sido Diseñador de Alta Costura— en ese hilito puede esconderse un grave defecto de confección, y a uno le cuesta aceptar que un traje en el que ha puesto tanto trabajo y dedicación, pueda estar mal hecho. Sin contar —añadió— con que no es agradable que un neófito en la alta costura venga y diga: «¡Un hilito!», como si no fuera la gran cosa. ¡Son todos unos antipáticos!
Yo no le di importancia al berrinche del Escritor que había sido Diseñador de Alta Costura, y más bien pensé en los pobres críticos, que siempre casi siempre están recibiendo palos de todas partes; incluso dados, por lo que veía, con reglas de costurera.
—La mayoría de veces —prosiguió el Escritor que había sido Diseñador de Alta Costura, una vez recuperada su flema—, esos hilitos son sólo hilos sueltos que quedaron sobre el traje: se los quita y ya. Otras, en cambio, son hilitos que sobran de alguna de las costuras: hay que jalarlos hasta que no salgan más, y cortarlos. Pero hay otros —añadió, haciendo un gesto de terror— que nunca hay cuándo terminen de salir, y cuando los jalas, se llevan con ellos una manga, te arrugan la solapa o por último, te desbaratan todo el traje. Y en un momento así —dijo, retorciendo con las manos al crítico imaginario—, lo único que deseas es cortar en pedacitos al tipo que vino con lo del hilito. ¡Son unos antipáticos!
Y yo comprendí entonces que en un cuento hay errores que pueden subsanarse fácilmente, poniendo una tilde o corrigiendo una palabra; y otros más difíciles de subsanar, como una frase mal construida o una incoherencia en la lógica interna, y que requieren jalar y jalar, hasta que queden bien ajustados. Pero también hay otros más terribles, que pueden desbaratar todo el cuento, o que lo invalidan a priori. Y también comprendí que algunos prefieren ir por el mundo con un traje mal hecho, antes que aceptar que venga alguien y les jale un hilito: temen, sindudamente, quedarse en pelota, o si están en el Perú, sencillamente calatos.
—Lo que es yo —concluyó el Escritor que había sido Diseñador de Alta Costura, ya recuperadas las formas—, no saco un traje al escaparate sin haberlo revisado para arriba y para abajo, buscando hilitos sueltos. Y si alguno se me escapa, y viene alguien y lo jala, y se me desbarata el traje, sé que la culpa es mía, y no de quien lo jaló. ¡Pero igual son unos antipáticos!
Y dando la vuelta, se perdió entre la demás gente. Y al verlo alejarse, ya no tuve más dudas de algo que no voy a escribir, porque sino la Escritora que había sido Economista y la Presidenta de la Sociedad de Defensa de los Derechos de las Hormigas Argentinas empezarían a decir que soy intolerante y cuadradito. ¡Son unas antipáticas!
Así que tengan cuidado con los detalles cuando escriban un cuento, no sea que venga alguien, le jale un hilito y se queden en pelota, con el frío que hace por la triste Sudamérica.
¡El clima también es un antipático!
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