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El noble caballero del cuento, aquel hombre que se había enamorado de una princesa, dijo: “No me importa” “No me importa que ella no me ame” “Yo la amé mucho tiempo en secreto, y la soñé como princesa” “Nada ha de cambiar”
Estaban sentados en una mesa redonda, en la taberna del pueblo de pescadores. Atardecía un día de primavera, allí afuera. El pescador no entendía: “Pero si no me ama…” “Ella me lo dijo claramente” “No soporto mi dolor, me parece acabado el mundo, y a ti no te importa” “No la amas de verdad”
El caballero se rió: “No sabes amar” “El que ama sabe que el amor no se compra” “Sabe que se siente” “Y disfruta de sentir amor, aunque le duela no ser amado”
El jardinero, serio y triste, se llevó una copa de cerveza a la boca. Todavía su bigote estaba nevado de espuma, cuando dijo: “Es cierto” “El amor se siente” “Yo nunca quise enamorarme de la flor roja” “Y aún sigo enamorado, habiéndola arrancado”
El cíclope, que veía lo que sentían, sonrió con su ojo y resultó más feo aún. El noble caballero no se animaba a mirarlo. Pero a él le dijo el cíclope: “A ti no te importa que ella te ame, porque no la amas a ella”. “Amas el amor” “Amas un sueño, una princesa de ensueño” “Te enamoraste de tu propio amor, y te confundes”
“¡No me digas que soy tan tonto!” dijo enojado el caballero. “No sabes lo que siento al ver su sonrisa mágica”
El cíclope, que también admiraba esa sonrisa hechicera, hizo una mueca de dolor: “Se lo que sientes, pero no es amor verdadero” “Es enamoramiento, porque la belleza enamora al hombre sensible, como la ingenuidad de su sonrojo puro”
El pescador los miraba como si fueran niños: “¡Qué tontos!” “No sabéis amar” “Yo siento el amor en el cuerpo, y es mi cuerpo el que la desea” “Nunca llegué a tenerla, pero la extraño cada día” “¡Cuantas veces desperté en sueños a su lado…!”
El jardinero, que había recuperado ya su bigote rubión, dijo: “Confórmate como yo, con su perfume de miles de flores bellas”
El pescador, que en sus sueños había recorrido aquel cuerpo amado con sus dedos, dijo entonces: “¿Perfume de flores?” “¡Perfume de su cuerpo húmedo de transpiración amorosa sueño yo!” “No quiero labios de miel, como una vez dijiste tú, noble caballero” “Quiero la profundidad de su boca”
El cíclope lo miró seriamente: “Tu amas con el cuerpo, deseas, quieres placer”
“Por supuesto”, dijo el pescador, “¿o crees que no soy hombre?
“¡Ehhh…!” gritó el noble caballero. “¿Y yo qué soy?… ¡¿Nena?!
El cíclope lanzó un horrible carcajada: “Tu amas el amor, no necesitas el cuerpo”. “Tu sueñas, y por eso aunque ella no te ama, no sufres” “De verdad no amas como hombre” “Amas en un cuento”
“Pero tu amas su cuerpo y lo deseas”, se dirigía al pescador ahora: “Sin ella, sin su amor, sufres” “Tu sientes el amor de un hombre, que ama sonrisas y perfumes, que ama alegrías y colores, que sueña en flores y lagos cristalinos, pero necesita respuesta, necesita ser amado, y recibir y dar amor con el cuerpo” “Nunca será tuya, porque no te quiere” “Tu… ¡llora y sufre!”
“Como yo”, dijo el jardinero, y abrazó al pescador, “que sufro porque tuve que arrancarla de mi jardín” “Tengo un rincón vacío que llena mis amaneceres de dolor”
“Pero tu”, dijo el cíclope. “tienes un jardín que cuidar” “Lo has dicho antes, amas a esa flor roja mas que a cualquier flor, pero amas mas a tu jardín” “Tu sufres, pero tienes el consuelo de tu jardín”
El jardinero dijo al pescador: “y tu tienes a la mujer de la choza… ¿acaso no la amas?
El pescador casi lloraba cuando dijo: “Pero le fui infiel en mis sueños” “Alguna vez la besé pensando en la mujer de la isla” “No alcanza un corazón para tanto dolor”
El cíclope lo consoló: “Fue el cuerpo” “Pero tuviste suerte, y alégrate en vez de llorar… “¿Qué hubiera pasado si ella te amaba y te ofrecía su cuerpo?
El noble caballero gritó: ¡El cuento ya no sería cuento!” Y el jardinero serio y preocupado: “¿Habría podido arrancarla?
El pescador dijo entonces: “Eso me daña mas aún” “Es que la hubiera hecho sufrir a ella, o a la mujer de la choza” “Soy tan tonto y malo, que no lo pensé cuando comencé a ir a su isla, a disfrutar de su alegría” “Merezco no ser amado, y ella, adivina, lo supo”
El cíclope, que también se había enamorado de la mujer, pero siempre supo que no sería amado dijo entonces: “Pero ella es bondadosa e inteligente” “Respeta vuestros amores, pero los quiere solo como amigos”
“Yo no quiero ser su amigo” dijo el pescador enrojecido de dolor, “Yo la deseo y sufriré siempre porque no me quiere” Y el caballero: “Yo la sueño, la soñaré siempre y seguiré disfrutando de su sonrisa y su risa, de su alegría”
El jardinero dijo entonces “Será el mejor recuerdo de mi vida, pero será el peor rincón vacío de mi jardín…” ¿Cómo podré llenarlo?
El cíclope, jamás amado y acostumbrado a ello, dijo: “Yo seguiré sufriendo por no ser amado” “Pero, nunca perderé la esperanza de recibir una respuesta distinta”
El escritor abrió la puerta de la taberna, y entró riendo: “No os preocupéis” “Sois solo personajes de una historia” “Sois diferentes modos de amar, distintas formas de ver el amor” “Yo os inventé”
“¿Y tu quién eres?, preguntó el tabernero, al ver sorprendido como desaparecían los personajes. “¿Quien diablos eres?”
“Soy el que ama el amor, soy el que cuida a su familia, soy el que ama a su mujer, soy el que ama y desea a otra mujer, soy un enamorado de la belleza simple, soy el que sufre por no ser amado… soy simplemente un hombre.
Apareció entonces, caminando muy despacio, y por eso había llegado tarde al cuento, el anciano aquel que había muerto soñando en la enfermera Mónica, que sin amarlo, había respetado el amor del anciano, y había dejado que él soñara en ella.
“¿Y este quién es?” preguntó el tabernero sorprendido, porque no recordaba aquel cuento.
El escritor miró con cariño al anciano y dijo: “Tu eres el escritor, ya anciano, que nunca podrá olvidar la sonrisa que lo enamoró” “Tu eres el escritor que ella no pudo amar, pero que nunca dejó de amarla” “Tu eres el escritor que la amará hasta morir”
“Triste mi destino, amarla sin que ella me corresponda” dijo el anciano. “Pero, en realidad, no me importa si me ama, me importa verla feliz” “Si no amarme la hace feliz, pues que no me ame” “Yo la amo, ¡y no puedo evitarlo!” “¡Y me gusta amarla!”
Todos los personajes se habían borrado ahora. El escritor, solo frente al monitor de su computadora, se sentía vacío, a punto de llorar. Sabía que este sería el último cuento de esta historia real, porque la mujer verdadera que amaba, no respondería a ese amor. No sabía como terminar la historia, sin llorar por su destino.
Salió a la calle, a caminar. La luna llena, inmensa sobre el horizonte, le hizo sentir la pequeñez, la inmensidad, y la muerte. Y allí, caminando y mirando la luna imaginó el final. Regresó y escribió: “Mónica, princesa, mujer y flor, pido a Dios nos de otra existencia, y en ella se crucen nuestros caminos muy temprano y puedas entonces querer a un hombre que quiere morir junto a vos, amándote y llenándote de felicidad”
Ahora si, podía terminar. No podía escribir un cuento sin esperanza, aunque esta esperanza, también fuera un cuento

Texto agregado el 19-10-2008, y leído por 215 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
23-10-2008 Muy bueno loammi
22-10-2008 muchas veces el universo .nos manda mil bendiciones.la capacidad de amar es la mas maravillosa.toda esa energia la volcas maravillosamente en tus palabras. espero sigas recorriendo el mundo del podria ser.y nos sigas acompañando con tus cuentos shosha
21-10-2008 Hermosa manera de contar la realidad como cuento, sabés que lamento tu tristeza, y no es que me haga feliz no amarte, pero es lo que siento y lo siento, pero más sentiría engañarte. Te aprecio como el gran hombre que sos y el amigo que podrías ser si dejaras de amarme. Beso Mónica PENSAMIENTO6
20-10-2008 me encanto¡¡¡¡ maru2
19-10-2008 BUEN CUENTO UN ABRAZO sapoeta
 
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